De cuando en cuando, y como si se tratara de una pesadilla del eterno retorno, vuelve a los medios el tema de la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología. La revista Alma Mater, de la Universidad de Antioquia, trae un reportaje que a su vez se refiere a una entrevista que concedió el doctor Rodolfo Llinás, a El Tiempo, en semanas pasadas. En ella, el notable científico vuelve sobre la idea del Ministerio. Sus argumentos sobre la importancia de que el Estado asuma su papel sobre la ciencia, son irrefutables, otra cosa es que ello signifique que el camino es la creación de otro ente burocrático, que, en las actuales condiciones de deterioro de la función del Estado como propiciador de la armonía de la sociedad, resulta poco menos que nebuloso.
Este Gobierno empezó su mandato acabando con otros ministerios, que en el pasado habían resultado útiles para impulsar el desarrollo, y mermó la eficacia de otro, que como el de Medio Ambiente, no debería haber abandonado su exclusiva defensa de los recursos naturales y construidos, que constituyen para nosotros una riqueza importante. El Ministerio de Educación debería resultarnos suficiente para la ciencia. Pero uno no sabe qué puede ser más inoperante, si este Ministerio o Colciencias. El presidente Uribe cree que si se eleva esta última entidad al rango de departamento administrativo, ello sería suficiente para que la ciencia y la tecnología encuentren en el Estado el papel interlocutor y promotor que necesitan.
El propio Llinás advierte la probable ineficacia del embeleco: si lo que más va a costar es el Ministerio, anota, entonces no hay ni siquiera por qué hacerlo. Ahora, si es un Ministerio que pueda mover cien veces lo que cuesta, entonces lo estará haciendo muy bien. No existe la más remota posibilidad de que ello ocurra, en las actuales circunstancias de un país acostumbrado a mirar con desprecio la actividad intelectual y científica.
Otro iluminado que también nos visitó por estos días, Fernando Vallejo, dijo que si alguna renovación moral y espiritual puede haber en Colombia y en Antioquia nacerá de las universidades, no de afuera, porque allí es donde está la cultura. Vallejo habló en la Universidad, y a pesar de que casi todo lo que dijo ya se lo habíamos leído, resultó refrescante escucharlo. Su cantaleta contra los abusos de todos los poderes, empezando por el político y siguiendo por el eclesiástico, aunque repetitiva, no resultará inútil en una sociedad adormilada, inculta y medrosa.
Lo que dijeron Vallejo y Llinás es lo que han dicho muchos cuando de referirse a lo precario de nuestro nivel de ciencia o de cultura, se trata. Pero admitir de un plumazo que un Ministerio de Ciencia sería la panacea, es otra cosa.
Lo que este país necesita es comprometerse más, desde el sector privado, con la ciencia, la tecnología y la cultura, ante el reconocimiento de la precariedad endémica de su sector público. Es necesario inventar un modelo autóctono de participación multisectorial en el avance de la ciencia y la tecnología. Colciencias ejecutó algo así como 120 mil millones en 2007, que a duras penas se aproximaron al raquítico 0,5 por ciento del PIB. Países de menor nivel de desarrollo aportan más de su PIB al desarrollo de la ciencia. Algo de ello pareció desprenderse de la experiencia de los expertos reunidos en el pasado Seminario Internacional sobre políticas de ciencia, tecnología e innovación, reunido el mes pasado en Bogotá.
Este es el verdadero corazón del problema, no la existencia o no de un Ministerio, que nadie sabe cómo iría a funcionar.
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