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Horacio Benavides: “En la muerte hay algo que destella con hermosura”

El caucano Premio Nacional de Poesía 2013, leyó parte de su obra en el Hay Festival Jericó, un evento posible gracias al apoyo de Comfama.

  • Horacio Benavides, una de las voces más nítidas y resonantes de la poesía latinoamericana. Foto: Cortesía del autor
    Horacio Benavides, una de las voces más nítidas y resonantes de la poesía latinoamericana. Foto: Cortesía del autor
Por: Kirvin Larios | Publicado

Horacio Benavides (1949), autor de más de diez libros de poemas, lleva cerca de un año sin escribir. No se trata de un “bloqueo”, como diría un autor temeroso de la página en blanco. No hay ansiedad en esa no escritura, sino, más bien, paciencia y contemplación; al fin y al cabo, al poeta nacido en Bolívar, Cauca, lo rodean los poemas que “realmente” le “interesan”: los de los poetas que admira.

Por estos días lee poesía nórdica en internet. La siente cercana y eso le asombra, como los haikus japoneses o las coplas de nuestra tradición popular. “Es una poesía de una hondura rara”, dice por teléfono desde Cali, donde vive desde su juventud. “No sé qué hace que en esos países tengan una poesía tan concentrada; tal vez sea por los largos inviernos, por esa sensación como de muerte que debe traer un invierno en el norte”, dice.

Para Benavides, Premio Nacional de Poesía 2013, los poemas crean imágenes así: un invierno, una muerte o un amor pueden ser contenidos en ellos. Lugares de luz, de sombra, de agua; paisajes familiares o animales habitan sus poemas, que albergan lo visible y lo invisible, lo que contiene y es contenido: “en la rana / desvelada y desnuda / ha encontrado / su centro la noche”. Hay tantos animales, contemplados con tanto destello, que podrían conformar un Arca de Noé: la mirada del autor los salva del diluvio, a veces los baña en él.

Como lo más vivo de la naturaleza, en sus poemas también aparece la muerte, convertida en canciones en las que se funden los rostros de vivos y muertos; así, el hermano asesinado es al tiempo del autor y del lector, y los “jóvenes caídos” (“por terror no reclamados / llorados por secretas lágrimas”) son una copla —del libro “Cuerpo de tierra” (2017)— que muchos han escuchado alguna vez.

Benavides quiso hacer esta entrevista en una hora fresca del día, para que la conversación fluyera mejor. “Uno no empieza a pensar sino después de las cinco que ya llega la brisa”, explica, aunque en Cali hace un enero “frío”. Acordamos hacerla a las 8:00 a.m., a pocos días de su participación en el Hay Festival Jericó, organizado con el apoyo de Comfama, donde este sábado leyó poemas del libro “Por sombra la luz” (Seix Barral, 2021), una antología de toda su obra con selección y prólogo de la escritora Andrea Mejía.

Ha dicho que su obra gira en torno a la infancia. ¿Cómo llegó la poesía a su vida?

“Yo no he podido despegar del lugar donde nací; vivo dando vueltas. Es importante para mí, y creo que para todo ser humano, el momento en que uno abre los ojos y ve por primera vez y escucha. Eso queda impreso, y ahí están, en mis primeras experiencias: los animales, el amor, el descubrimiento del amor, la muerte y el descubrimiento de la muerte”.

En algunos pueblos campesinos se sigue diciendo “haiga”, una palabra considerada equívoca por la mayoría. Usted, que se crió en el campo, ha contado que no entiende ese desprecio por el lenguaje del campesino.

“El ciudadano siempre se ha creído superior al campesino. Por mi experiencia, creo que los campesinos tienen una gran tradición, con una cultura alta que se ha negado. Al nacer en el sur del Cauca, nací en el camino indígena, incaico, que aún se conserva: viene de Perú y Ecuador y sube por Nariño, pasa por el Cauca y llega a Huila. Por ahí entraron los españoles, con Belalcázar y su gente, que llegaron con un español arcaico que se quedó acá. El ‘haiga’ es una palabra de la que se han reído mucho, dicen que está mal dicha, cuando viene de ese pasado. Nosotros hablábamos quechua y otras lenguas indígenas, con una cantidad de palabras que seguimos utilizando gracias a las vertientes indígenas y europeas”.

u obra es muy visual, y usted estudió Artes Plásticas en el Instituto Departamental de Bellas Artes, de Cali. ¿Por qué escogió esa carrera? ¿Tiene alguna relación con su escritura?

“No sé si la escogí, de pronto se me apareció. Yo había notado en el colegio que tenía una especial habilidad con las manos, tanto para modelar como para dibujar y pintar. Al llegar a la ciudad descubrí que existía esa carrera. Esto es lo mío, dije. Y entré a estudiar, hice tres años y no terminé porque me sacaron. Eran tiempos de revueltas estudiantiles, y fui sacado por mi participación en ellas. Fueron años muy importantes, había una efervescencia de pensamientos diversos, literatura, teatro, poesía, el nadaísmo empezando. Y pues la pintura, la imagen, tienen que ver mucho con la poesía, con el sonido. Son dos formas del lenguaje que veo cercanas”.

¿Cómo vivió las protestas del 2021 en Cali durante el paro nacional que dejó cientos de denuncias de muertos y desaparecidos?

“Tenía la idea de Cali como un lugar de clima caliente que llamaba a no pensar, a dejar pasar las cosas, como si el calor nos adormeciera un poco. Eso me distanciaba de la ciudad, de alguna manera tenía un prejuicio. Y entonces aparecen estas manifestaciones tan grandes, en las que los jóvenes viven el lenguaje y la imagen de una forma particular. Por ejemplo, las arengas que lanzaban los jóvenes eran muy creativas, y una de las cosas que me llamó más la atención, sobre todo en las primeras manifestaciones que se hicieron antes del 2021, fue que muchos de esos grupos eran de mujeres creando canciones y arengas. Y participaban no solamente los estudiantes, como ocurrió a finales de los 60 y 70, que eran marchas fundamentalmente estudiantiles. Acá participó una cantidad muy amplia. Se escuchaban cosas creativas, aparecían grupos danzando, estaba el arte unido a la protesta, y el lenguaje vivo creciendo. Entonces, dije, esta ciudad no la conocía. Aquí, donde parecía que no había nada, que la gente estaba adormilada, realmente se estaba produciendo un fenómeno de creatividad que me parecía admirable”.

Ya que nos referimos a la violencia, sus poemas me recuerdan a María Mercedes Carranza, particularmente en “Canto de las moscas”, una serie de poemas cortos sobre la violencia del país. Ambos comparten una escritura sencilla, breve, luminosa. Hábleme de la relación entre poesía y violencia: ¿cómo escribir poesía en un país tan violento?

“Creo que todas las cosas, para que aparezcan en la poesía, deben tener su tiempo, y la violencia nos ha dado un tiempo larguísimo. Toda mi vida ha estado la violencia, ya sea escuchada o vista de cerca, ya sea que me manchara directamente. Eso se fue concentrando. Y siempre quise escribir sobre eso pero no se me daba, no aparecía nada, y, al fin, pasados los años, apareció. Hay experiencias que he contado, como en mi niñez, cuando unos tolimenses llegaron a casa de mi padre pidiendo refugio. En el Tolima había una violencia fuerte. Vivir eso es importante, pero decirlo no es fácil. Creo haber podido hacerlo, no sé qué tan acertadamente, como lo hice en mi libro ‘Conversación a oscuras’”.

Le ha dedicado varios poemas, quizás los más impactantes de su obra, a su hermano menor, Javier Benavides, que fue asesinado...

“Ese acontecimiento nos ha pasado a tantos. Mi hermano vivía aquí cerca de Cali, en el campo, en el corregimiento de La Elvira. Vivía integrado completamente con las personas y la cultura del lugar, participaba en sus fiestas y era músico. Fundó la Biblioteca de La Elvira. Él pensaba que esto había que cambiarlo, porque tenemos un país injusto. Alguien pensó que una persona así no era conveniente en este espacio, y lo ajusticiaron. Muy doloroso. Mi hermano tuvo sueños premonitorios días antes de morir, casi narran lo que le iba a ocurrir luego”.

¿Qué sueños?

“En un sueño él estaba en la casita que tenía en La Elvira. De pronto, sale de la casa como en vuelo astral, sale volando. Desde arriba ve las casas y los animales pequeñitos, y sigue el camino por la carretera que va hacia el mar. Toma la carretera descendiendo, o sea, bajando hacia Cali, como solía hacerlo, y dice que va a desayunar a casa de mi mamá. Para no seguir las curvas de la carretera, intenta cruzar, tomando un camino recto, y en un giro de la carretera, volando, siente que se le endurece el pecho. Ahí no puede avanzar, se queda, se le cierra el pecho como si fuera vidrio. Lo extraño es que a él se lo alzan en La Elvira, donde vivía, no sabemos si en un carro o una moto, y al igual que el sueño llega hasta la carretera, pero ahora por tierra. Baja, y en una curva le disparan y lo matan. En otro sueño va a la casa de mi hermana mayor. Llega ensangrentado, ella lo ve con sangre en la camisa y le pregunta qué le pasó. No, tranquila, le dice él, y camina hasta el tanque de agua donde se lava la ropa. Mi hermana lo ve salir de nuevo, se había echado agua y estaba limpio. Él le dice: qué fácil es limpiar la sangre. De alguna manera, fue una muerte anunciada por los sueños”.

En los poemas sobre la muerte uno encuentra belleza. A partir de un muerto se honra la vida que hubo, que no se va. ¿Hay consuelo en eso? ¿Puede la poesía y la literatura ayudar a hacer el duelo?

“Creo que sí. De alguna forma me sentí un poco aliviado después de haber escrito, y no solamente porque sintiera como sentí la muerte de mi hermano, sino por tantas muertes, porque ha sido una cosa impresionante en este país, la crueldad de los enfrentamientos y muertos; entonces sí, sentí alivio. Ahora, en esas muertes hay cosas extraordinarias. Es doloroso, pero son seres humanos, y hay algo que destella como hermosura, ya sea en palabras o imágenes. Siempre recuerdo unas palabras que retomo en un poema. En una entrevista que le hacen a un campesino en el río San Juan, él termina diciendo que el mar nos lavará la pena. Lo dice después de hablar de unas muertes, y dice de pronto eso, que el mar nos lavará la pena. Es de una gran hermosura y puede ser muy doloroso: debe ser una pena muy grande para que se necesite que el mar la lave. Creo que así nos está pasando, estamos en ese momento en que sube el agua y lava un poco este país”.

¿Por qué la presencia constante y, por lo visto, tan necesaria, de los animales en su poesía?

“Los animales estuvieron muy presentes en mi infancia, además con cosas muy extrañas. Mi papá tenía dos machos, como le llamamos en muchas partes de Colombia, sobre todo en el campo, al mulo. A la mula se le dice mula, pero al macho se le dice macho. Tenía dos machos mi papá, uno negro y otro blanco pecoso. Que sea uno blanco y el otro negro, y que el blanco sea pacífico, tan tranquilo, y el negro un poco arisco, rebelde, que yo no me podía acercar porque me podía dar una patada. El otro, una dulzura de animal. Eso es muy extraño que aparezca, es un regalo grandísimo. También hice observaciones de niño. Teníamos cerdos, unos pocos, sin pocilga ni nada, en un espacio cerca de la casa. Cuando se escuchaban los truenos y parecía que venía la lluvia, los cerdos empezaban una especie de danza, como para celebrar que venía el agua. Eso es impresionante, cómo un animal celebra la naturaleza porque viene el agua. Todo eso fue muy importante para mí, y romper con eso fue muy doloroso. Cuando fui a la escuela, en el pueblo, y me separaron del campo, fue una ruptura muy dolorosa dejar los animales. Eso nos pasa a todos los que nacimos en el campo y nos ha tocado irnos”.

Contexto de la Noticia

Para saber más Lo más trabajoso del poema

Por estos días —además de preparar talleres de poesía, de adivinanzas y de fantasmas con niños y jóvenes del sector popular de Palmira, en el Valle del Cauca— Horacio Benavides corrige o revisa un libro de poemas. Dice que está listo, o ya casi. De 300 poemas breves que eran hace poco, quedaron 90: “Todo ese trabajo de ir quitando es lo más difícil que hay: deshacerse de lo que puede no ser”. Y uno piensa, al escucharlo hablar, en todo lo que ha quitado y ha puesto y quitado para que sean posibles sus versos. “Voy por el poema / y regreso con una carga / de piedras”, escribe en “Bajo la hierba o el cielo” (2014).

Si quiere más información:

Kirvin Larios

Periodista cultural de EL COLOMBIANO. Autor de “Por eso yo me quedo en mi casa”. Es el gemelo zurdo.

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