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A sus 27 años, Sami ha muerto varias veces. Antes de partir huyendo de Alepo, murió con ella; se quebró como los edificios de su vieja e histórica ciudad, bombardeada por cohetes de indiferente bandera. La imagen empañada de una Siria sin humo, sin alarmas, sin sangre en sus calles, quedó en escombros. De las ruinas intenta rescatar la promesa con la que llegó al mundo, la ilusión de que su generación no caería bajo el fuego del combate.
Hijo de la “feliz” década de los 90, Sami nació sobre los restos del muro de Berlín y de un siglo, el XX, plagado de guerras. Dos conflictos mundiales dejaron más de 200 millones de combatientes muertos y millones más de civiles, víctimas colaterales. Tras el fin de la Unión Soviética, la generación de los millennials llegó a un mundo de esperanza.
En “Guerras que cambiaron el mundo”, Carlos Alberto Patiño, investigador social y Doctor en Filosofía, lo ilustra. Señala que los nacidos en esa década se encontraron con una sociedad que enfrentaba su futuro con “una actitud de complacencia con lo obtenido que hacía creer que las grandes guerras habían desaparecido, y qué más allá de dos o tres anomalías internacionales, el mundo del siglo XXI era un lugar pacífico, sin grandes transformaciones”. Nada más lejos de la realidad.
El XXI comenzó con el ataque en Estados Unidos a las llamadas Torres Gemelas y la posterior declaración de guerra contra el terrorismo. Patiño recuerda que incluso en los mismos años de la década de 1990 ya se presentaban guerras étnicas en Ruanda, Burundi y la consecuente Guerra Mundial del Congo. Regímenes autoritarios se consolidaban a punta de sangre, y Afganistán y la India lograban la nuclearización.
La guerra mutó. Y el sueño de Sami y de su generación se esfumó en medio de conflictos a “pequeña” escala, encerrados en fronteras de países como Siria o Colombia. En 2019 el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) se propuso entender qué piensan los millennials sobre la guerra y del frustrado mundo que no han visto reverdecer.
“Los millennials y la guerra” es un ejercicio estadístico que, según le dijo a EL COLOMBIANO Elena Hernández, portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja en Ginebra, busca entender “qué sentimientos despierta la guerra en los dirigentes del futuro. Los millennials son los políticos del mañana, los responsables de la adopción de decisiones. Los puntos de vista que tienen hoy sobre la guerra podrían ser indicios del rumbo del futuro”. Y en esa línea, los resultados son de tanta esperanza como incertidumbre.
Tras una muestra de 16 mil encuestas realizadas en 16 países, 7 en conflictos vigentes y 9 en paz, el estudio encontró que si bien la mayoría de millennials se muestra reacia a la guerra y cree que cualquiera se puede evitar y todas se deben limitar a través del Derecho Internacional Humanitario (DIH), el 36% opina que no se debería permitir que los enemigos capturados establezcan contacto con sus familiares y el 37% que la tortura es aceptable en determinadas circunstancias.
La generación de Sami rechaza la guerra, pero se muestra muy “preparada” para ella. Rousbeh Legatis, sociólogo y politólogo alemán, señala que en la aparente contradicción “se refleja no una debilidad de la vigencia o legitimidad de los acuerdos de Ginebra, sino más bien un sentimiento de la supuesta inevitabilidad de la guerra y la frustración de que a pesar de que dichas normas existen, en varios escenarios bélicos no surten efecto”.
De hecho, la encuesta revela que a nivel global, el 36% de los millennials considera que la existencia del DIH no cambia absolutamente nada en una guerra. Pese a que el CICR reporta ser testigo a diario de cómo las restricciones pueden limitar la violencia y el sufrimiento, Hernández reconoce que “ante la creciente fragmentación de los conflictos, se vuelve más difícil hacer cumplir el derecho internacional humanitario. Es probable que la situación no se vuelva más fácil para los millennials, que viven en un mundo con guerras cada vez más complejas. Por ejemplo, han surgido más grupos armados en los últimos 7 años que en los 70 anteriores. Las leyes de la guerra son y serán esenciales para evitar una masacre”.
A más de 3 mil kilómetros de Sami, la vida en Suiza se desarrolla sin las bombas y los estruendos de Alepo. Pero allí, en las calles pacíficas de tiendas Gucci y chocolate exclusivo, hay en promedio más miedo y pesimismo que en Siria.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el mundo afrontó una verdad que cambió la visión del futuro. Sobre cualquier atisbo de mañana planearía la sombra de la figura en el cielo de un hongo tóxico. Pese a que la mayoría de los millennials cree que en el futuro se usarán armas nucleares, el estudio encontró optimismo respecto al futuro. Y lo halló en lugares inesperados.
En países como el de Sami, el 46% de los encuestados consideró que en los próximos años van a suceder menos o incluso no van a existir guerras. Ante la misma pregunta, solo el 29% de los jóvenes en paz contestó igual.
“La necesidad de imaginar un porvenir más pacífico genera esperanza. Ante los escenarios bélicos, esta se convierte en un instrumento de sobrevivencia”, señala el profesor Legatis. Los jóvenes que no han vivido un conflicto armado, continúa el experto, seguramente si han sentido “los efectos del agresivo neoliberalismo de las últimas décadas (desigualdad, desmonte del estado de bienestar, deterioro del ambiente, etc.), razón por la que pueden sentir inestabilidad social y amenazas de un futuro violento”.
Para la población de países en guerra, la violencia es el segundo tema más preocupante del planeta, según el CICR. En el mismo mundo de Sami, pero en Suiza, el Barómetro de la Juventud 2018 señala a la pensión como la mayor preocupación de los jóvenes de ese país. Un temor que parece exclusivo de aquellos con la certeza de que vivirán lo suficiente para disfrutar del mañana.
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