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Los muros. Fortificaciones en piedra, arena, hormigón o alambre, bordeando ciudades o demarcando fronteras se han levantado desde el origen de las civilizaciones. Sus fines: contener invasiones, asaltos, epidemias y, más recientemente, migraciones y terrorismo. Aunque se justifican para algunos, cada vez son más cuestionados por quienes creen que las barreras solo atizan la libertad.
“Siempre habrá razones para levantarlos, y la parte perjudicada encontrará la manera de decir que se están atacando los derechos humanos a la libre circulación”, reflexiona David Solar, historiador, periodista y exdirector de la revista La Aventura de la Historia, para quien el tema debe interpretarse desde la razón y la efectividad, mas no con argumentos morales.
Desde esa mirada, Solar se refiere a un caso paradigmático: la Gran Muralla China, 21.196 kilómetros que hace 2.700 años sirvieron a sucesivos emperadores para protegerse de incursiones enemigas, pero que con el declive de las dinastías y la reducción de los ejércitos se volvieron cada vez más frágiles hasta quedar inservibles.
“Hasta la Gran Muralla, la única obra humana que se distingue desde el espacio, quedó inerte, lo que nos confirma que estamos ante el enorme coste material y la gran inutilidad que en el fondo tienen estas edificaciones”, afirma Solar.
Para Mauricio Reyes, profesor de Derecho Público de la Universidad Nacional, los muros, todos, incluido el que quiere construir Donald Trump entre Estados Unidos y México, son igualmente inservibles. “Aunque se piensen efectivos dividiendo naciones, conteniendo supuestos problemas, siempre terminan siendo derribados o penetrados. Son medidas más de corte simbólico”, apunta.
Según el experto, ni siquiera Estados Unidos como potencia tiene capacidad de construir un muro impenetrable, por lo que esa fortificación parece ser más un elemento simbólico para la opinión pública y un guiño a sus electores xenófobos.
Entretanto, los efectos perjudiciales parecen ser muchos más que las ganancias, continúa Reyes. El primero es el desescalamiento económico contraproducente: “el muro genera un temor de parte de muchos países en relación a un neoproteccionismo paralelo al cierre de la frontera, y puede conducir a que varias empresas decidan detener su relación comercial con Estados Unidos”.
El otro, concluye, es el que toca los derechos humanos, y es que aunque todo país tiene el poder soberano de determinar quiénes entran a su territorio, un muro refuerza aún más los abusos por parte de oficiales de frontera frente a personas vulnerables, como migrantes y refugiados. “Lo único que hace es volver menos transparente los movimientos de personas y facilitar corrupción de las autoridades y el abuso a los derechos de quienes están cruzando”, apunta el abogado.
Mucho simboliza un muro. En lo político, evidencia la negación de unas relaciones armoniosas y la incapacidad de negociar con el otro. “Bloquea las posibilidades de diálogo y va en contra de los principios de convivencia y respeto universal, contra la interacción entre individuos y pueblos”, sostiene Fernando Neira, experto en migraciones y fronteras del Centro de Investigación en América Latina de la Universidad Autónoma de México (Unam).
Desde la cultura, los muros refuerzan el miedo, en la medida de que quien lo levanta se siente vulnerable y justifica la obra en el temor de que el otro le haga daño. El otro, a su vez, es blanco de negación y de rechazo, y es así como afloran procesos de xenofobia y racismo.
“Aislarse de un pueblo implica subvalorar, no aceptar y desconocer, algo muy agresivo en una cultura donde deberían primar las relaciones entre sociedades. Es negar la existencia del otro”, reflexiona Neira, para quien, con el ánimo de mantener al otro por fuera, los muros terminan perpetuando la desconfianza entre pueblos, que solo volverá a fortalecerse si estos son derribados.
Entretanto, los derechos humanos quedan expuestos. Según ha podido encontrar el investigador, los discurso de aislamiento pasan del ámbito territorial a construir necesidad de encerrarse en el ámbito cotidiano. “Un muro es un error moral, porque inhibe el proceso de desarrollo del espíritu humano, que crece en la medida en que interactúa con el otro, y fragmenta a las sociedades, con el agravante de que hay unos que se debilitan más que otros”, añade.
Las barreras, además, son el comienzo de las guerras, anota Lisa Pelletti, directora del International Peace Bureau, quien evidenció en los años 90, durante la guerra de Bosnia, que aunque los disparos cesen, si las ideas siguen separando a las fracciones y no hay acuerdos auténticos y reconciliaciones, “la paz todavía no está ahí”.
En esas condiciones, insiste Pelletti, si un país, ciudad o pueblo decide mantener por fuera a otro, y lo agudiza con la construcción de un elemento que divida físicamente, se está cerrando la puerta a la solución de los conflictos.
“Quienes están separados deben buscar soluciones juntos, puentes y carreteras en lugar de muros para comunicarse mejor, pero la verdad es que en la actualidad sucede todo lo contrario”, analiza la gestora de paz, para quien es cada vez más claro que los países del norte de Europa construyen barreras imaginarias (persecución, excesiva seguridad y hambre) para mantener por fuera a los inmigrantes y refugiados que quieren llegar a sus territorios.
Los muros que se erigen alrededor de la migración en Europa, incluido el que construyó España para evitar la entrada de migrantes africanos, no son muy distintos al que prometió levantar Trump, incluso con recursos de México.
“En ambos casos se trata de impedir la entrada de personas de otras nacionalidades que sufren por condiciones difíciles en sus países y que, temen, pueden desestabilizar sus economías y seguridad”, reconoce el periodista e historiador Solar.
Ahora bien, sobre las motivaciones de Trump, para Solar no es fácil separar hasta dónde va lo económico y hasta dónde los perjuicios raciales. “Resulta llamativo el fenómeno, porque si bien crea barreras para el tráfico humano, también humilla de una forma muy particular a la parte contra la cual se levanta el muro. Trump dice que no solo va a construirlo, sino que lo van a pagar los mexicanos, y eso es despectivo”, sugiere.
Neira dice que, más allá de la humillación, los mexicanos, centroamericanos, haitianos, cubanos y demás que transitan hacia Estados Unidos, sufrirán como pocos la existencia de un muro. “Se obligarán a que las estrategias de atravesarlo simbólicamente sean cada vez más agresivas y vulneren al migrante, que deberá elegir ahora vías cada vez más peligrosos, climas extremos, hambre, el riesgo de ser blanco de los grupos armados y de morir en el camino”, infiere el analista, para quien también es evidente que los costos de los traslados incrementarán y fortalecerán aún más a los traficantes, muy cercanos al negocio de las drogas.
Como sencillamente las rutas o formas de cruzar cambiarán y la migración seguirá fluyendo, Neira prevé que se generarán taponamientos, es decir, que las personas se queden en zonas de frontera y generan nuevos y más graves conflictos sociales para los que los gobiernos locales de México no están preparados.
Así las cosas, aunque se construyan los muros más altos, blindados e impenetrables, quienes huyen de la pobreza o de conflictos seguirán encontrando formas para llegar a los países que más estabilidad les prometen. “Los muros son solo política paliativas, no logran contener la razón de esta problemática, que son las necesidades tan fuertes en los contextos de origen: corrupción, inequidad, falta de oportunidades y descomposición social por grupos armados”, concluye el experto en migraciones y fronteras.
En eso coincide David Cantero, director de la oficina de América del Sur de Médicos sin Fronteras, para quien, frente a la dificultad de que las naciones más desiguales resuelvan las raíces de sus dramas en plena crisis migratoria, lo que queda es que los países receptores abran vías seguras para que los migrantes puedan llegar y pedir refugio.
“Estos muros solo incrementan el peligro y causan más muertes. Los únicos beneficiados de todas estas trabas están siendo las mafias que se aprovechan de la vulnerabilidad de quienes quieren cruzar”, apunta.