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Para 840 millones de personas los días todavía terminan cuando se pone el sol, los víveres duran menos en la alacena por falta de refrigeración y el frío o el calor extremos no pueden mitigarse oprimiendo un botón.
La cantidad de la población que sobrevive sin acceso a energía eléctrica es mayor que la de todos los países de América Latina juntos y, aun así, es la más baja de la historia. Así lo revela el último informe de la Agencia Internacional de Energía (IEA) y el Banco Mundial sobre el progreso del acceso a este recurso.
En la última década, cada año, 153 millones de personas han adquirido acceso a la electricidad. El progreso, sin embargo, no sería suficiente para cumplir la meta propuesta para 2030, cuando según el estudio 650 millones de personas seguirán viviendo en la oscuridad y, de estas, 9 de cada diez estarán en el África subsahariana.
Un asunto de equidad
La cantidad de zonas del mundo cubiertas con energía eléctrica es tan importante como la procedencia del recurso que permite iluminarlas, explica Clara Inés Pardo, doctora en estudios energéticos y del clima del Royal Institute of Technology y profesora de la U. del Rosario.
Justo en este punto hay serios faltantes, según el informe de la IEA. Entre 2010 y 2017 el porcentaje de las energías renovables en el total de la generación global aumentó solo de 16,6 % a 17,5 %. En campos como la calefacción y el transporte el panorama es incluso peor. Solo el 3,3 % de la energía usada en este último campo vino de estas fuentes menos contaminantes.
El impacto de este panorama no es el mismo para hombres y para mujeres. “El rol que le otorgan ciertas culturas a estas, que les delega las labores de la cocina, las expone más al humo y a las complicaciones de salud por la búsqueda de leña y carbón”.
La investigación revela que 3.000 millones de personas siguen cocinando con fuentes de energía contaminantes que, cada año, están implicadas en 4 millones de muertes prematuras. Más que las que causan la malaria, el VIH y la tuberculosis sumados.
Un salto histórico
Solo con las cifras, el panorama de Colombia parece positivo: 100 % de la población urbana y 98 % de la rural tienen acceso a energía eléctrica y el 94 % tiene opciones para cocinar menos contaminantes.
Pero, de acuerdo con Andrés Amell Arrieta, director del grupo de investigación en uso eficiente y racional de la energía de la U. de Antioquia, “en varias regiones hay serios problemas de calidad y disponibilidad continua de la energía”. Además, las regulaciones existentes en Colombia no consideran a su juicio instrumentos de mercado para incentivar el ingreso de energías renovables a usos cotidianos en campos como el transporte.
Entre estas dificultades, la principal del país es la misma que el del resto de la humanidad: cómo generar electricidad cuando las fuentes limitadas se agoten; cuando la demanda de energía obligue a un salto tecnológico comparable a la máquina de vapor o el descubrimiento del fuego; en este caso, la de una fuente de energía a la vez potente y segura para el planeta