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Hace siete décadas, no existía el Internet y la única manera de mantenerse informado era a través de los productos impresos (revistas, periódicos y volantes). En esa época, Quintero y Hermanos era una empresa familiar exitosa de la industria gráfica. Y para los años 50, ya tenía puntos de producción y atención en las principales ciudades de Colombia. No obstante, los fundadores necesitaban —con urgencia— que alguien se encargara de la sucursal en Cartagena.
Entonces, delegaron esa responsabilidad en un miembro joven de segunda generación: Alfonso Quintero, un hombre que años más tarde siguió su intuición y fundó su propia compañía en Medellín, valiéndose de lo que había aprendido de su padre y de un capital de apenas $30.
Un reportero empírico
Don Alfonso, hoy día, es un empresario de 85 años en retiro. Y aunque ya la memoria por momentos no le alcanza para registrarlo todo, todavía visita las instalaciones de su negocio con frecuencia y saluda a los 35 colaboradores.
Nació en Barranquilla y vivió allí hasta los ocho años. Luego se trasladó a la capital antioqueña, ciudad en la que completó los estudios primarios y la secundaria.
Él admite que se siente tan antioqueño como cualquier otro ciudadano que haya tenido su cuna en esta tierra. Inclusive, es un apasionado hincha del Deportivo Independiente Medellín.
Antes de consagrarse como un exitoso industrial, tuvo que superar varias etapas en ese camino del emprendimiento y ganar la experiencia suficiente para mantener la empresa en pie.
Cuando se graduó de bachillerato en 1953, su padre, también llamado Alfonso Quintero, le pidió que se encargara de la sucursal cartagenera.
Su trabajo consistía en levantar toda la información relativa al movimiento del comercio exterior en el puerto de esa ciudad. Esos datos —según recuerda— los hacía llegar a la oficina central en Bogotá y se incluían en la revista Sobordos.
Los empresarios le prestaban especial interés a ese producto porque presentaba la cantidad de mercancía que llegaba al país y quiénes eran sus dueños, datos que posteriormente les servía para conseguir proveedores y abastecer sus negocios.
Para aquel entonces, se decía que la suscripción a Sobordos era una de las más caras del mundo. La razón es muy sencilla: con ese dinero se tenía que pagar la nómina de la compañía durante un mes.
¡A emprender!
Tras dedicar cuatro años de su vida al negocio de la familia, decidió iniciar su propia unidad productiva. Entonces, le compró por $30 un viejo mimeógrafo a sus parientes.
Esa pequeña máquina (ver foto) la instaló en la oficina de un amigo contador y pasaba jornadas enteras dedicado a las labores de impresión para cumplirles a los clientes que se empezaba a ganar.
Mario Quintero, su hermano menor, cuenta que don Alfonso pasó dos días seguidos trabajando sin parar. Al enterarse de que estaba imprimiendo con ese pequeño mimeógrafo, su padre le manifestó que esa máquina no le iba a dar el sustento.
Lo cierto es que el negocio comenzó a crecer y tuvo que trasladarse a otro local (ver Cronología), con nuevas máquinas para poder cumplir con los contratos.
Multigráficas es real
Ya para inicios de los 80, Alfonso Quintero había levantado el pequeño edificio en el que hasta hoy día opera su empresa: Multigráficas, que este mes cumple 50 años de haber sido registrada formalmente ante la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia.
Sus hijos, Jaime, Diana y Mauricio, exaltan la labor de su padre para mantener viva la empresa y haberles transmitido el sentido de pertenencia que tienen por ella.
“Cuando llegaban las vacaciones del colegio, nosotros veníamos a Multigráficas con los amigos. En esa época, los pliegues eran manuales y mi papá nos entregaba un arrume de hojas para doblar. Nos pagaba, por decir algo, $1 por cada una. Al final resultaba uno con plata para gastar. Mis amigos recuerdan mucho eso”, relató Mauricio, quien además reconoció la habilidad de don Alfonso a la hora de relacionarse.
“El departamento comercial de la empresa existe formalmente hace 12 años ¿entonces cómo hacía mi papá para traer clientes? Claro, era un excelente bailarín y era muy bueno para echar chistes. Entonces, en las fiestas del Club Unión (Junín) se acercaba a los demás empresarios, les tomaba los datos y después los llamaba para recordarles que él tenía una empresa gráfica”, narró.
Pese a las dificultades que atraviesa su industria, los hijos de don Alfonso quieren mantener el legado empresarial de su padre. De hecho, con asesoría profesional, ya evalúan cómo podría darse el relevo generacional en Multigráficas.