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El encierro que nos obliga esta pandemia genera nuevas reflexiones sobre el bienestar. Sin lugar a dudas hemos ganado bastante en cercanía familiar, conectividad virtual y el teletrabajo se convirtió en una práctica aceptada más que de futuro. Sin embargo, así es la vida, cuando se gana en un lado también se pierde en otro, seguramente es la razón del equilibrio. Esta pandemia nos deja un gran aprendizaje sobre las largas horas laborales al frente de un computador, el estrés de atender los hijos en sus tareas en medio de una reunión en Teams, la angustia de miles que viven del día a día y durante las cuarentenas no tienen opción diferente al gota a gota, endeudándose para poder llevar algo de comer a la casa. En fin, una larga lista de dificultades que nos debe llevar a la reflexión de futuro de cómo abordar la recuperación.
Sin temor a equivocarme la discusión es y estará en el tema económico. Sin embargo, puede esto ser una mirada estrecha desde las realidades humanas, ya que muy probablemente miles de personas tendrán otro tipo de prioridades tales como: la salud física, mental, el balance trabajo y tiempo libre, la recuperación del contacto físico, el qué será de un adulto mayor sin redes sociales, aislado de su vida cotidiana y encontrando que en su grupo matutino de tertulia ya no están ni la mitad de sus amigos y que han fallecido. Cosas tan contundentes como estas nos obligan a pensar en una estrategia de recuperación del bienestar por encima de la economía, es decir, la estrategia es el bienestar y allí la economía juega un papel importante mas no es lo único.
Más allá de pensarlo por las implicaciones de la pandemia, tiempo atrás la OCDE planteó el índice “Better life Index” preocupada porque los países más desarrollados hayan alcanzado PIB per cápita mejor y tal vez suficiente, pero con crecimientos de tasas de bienestar más que insuficientes.
Las investigaciones sobre el bienestar aumentan cada vez más en el mundo, tal vez, tratando de entender el comportamiento humano y qué lo afecta. Hoy día sabemos que el cerebro tiene plasticidad para aprender nuevas cosas, que independientemente de la edad se puede entrenar, que las emociones se pueden manejar, que la sensación de bienestar se puede trabajar y que las ciencias ancestrales se pueden combinar con las tecnologías más avanzadas. Inclusive varias universidades están enfocadas en estas temáticas, con grandes aportes a las formas de abordar el bienestar desde etapas tempranas hasta las adultas. La meditación, por ejemplo, es una gran herramienta para aumentar el bienestar y esta se logra de muchas maneras.
Lo que está proponiendo la Universidad de Wisconsin-Madison con su centro llamado “Healthyminds” es muy interesante. Vale la pena aproximarse a ellos para entender un poco más la dimensión que proponen.
La invitación es a todos los líderes empresariales, gremios, autoridades públicas a revisar este tema con detalle. Claramente no podemos centrar la discusión y la estrategia solo en recuperar la economía a costa de la salud y el bienestar de millones de personas que quedan golpeadas por la pandemia desde muchos ángulos
