La desinformación anda circulando tranquilamente por las calles. Cruza espacios entre orejas. Obnubila miradas. Oscurece argumentos.
La desinformación se ha convertido en arma de destrucción masiva en el mundo. No hay que temerles a bombas atómicas; sino a las ideas infundadas, las no argumentadas, y carentes de razones que se están tomando la pasarela para hacer tránsito en la vida de las personas.
Antes, la desinformación encarnaba mitos como el de la pata sola, muy tradicional en el país. Hoy, la desinformación se materializa en imágenes, videos o audios que se difunden en redes sociales con alguna imagen rescatada de cualquier escena agenda a la realidad o peor aún, parcialmente cierta. Generalmente van acompañados con un encabezado arbitrario que de alguna manera, curva opiniones de las personas que impacta. Cambridge Analytica puede dar clases en esta materia.
Hoy, la desinformación incluso mimetiza los colores del civismo. Se ha convertido en herramienta para defender intereses colectivos como el feminismo, la verdad absoluta o peor aún, la superioridad moral.
La desinformación ha sido incluso capaz de adoptar el histrionismo característico de algunos personajes en campaña política para evadir comentarios o cuestionamientos directos. La desinformación ha logrado incluso saltar las vallas de la prudencia y la cordura, disfrazada de rebelión contra el establecimiento.
Asalta la pregunta: ¿qué se debe hacer cuando la máscara del civismo se cae y lo que queda en pie es una imagen aún más desconcertante de cada quién?... De manera más concreta: ¿cómo reaccionar o qué acción tomar frente a ese individuo que justifica una reacción verbal violenta ante un cuestionamiento ingenio? ... una primera reacción será la de intentar minimizar el acto, sin duda un primer gran error. Una segunda reacción será la de ubicarse en la posición de superioridad moral en la argumentación para justificar la reacción, un segundo gran error. Una tercera, sería discernir correctamente la justificación fundamental detrás de esa actitud para lograr develar una mentira que se disfraza en una conducta que puede venderse bien en un momento de efervescencia.
Los argumentos de campaña para aspirar a posiciones públicas, deben caracterizarse por su simpleza. También por la tranquilidad con la que se pueden vender. Una campaña no debería admitir elevar la voz para enardecer a la audiencia o para avivar sus sentimientos. Es casi tan grave como escuchar noticias que tengan música de fondo para enternecer la audiencia.
Una campaña para aspirantes a cargos públicos, debería vender ideas concretas capaces de superar obstáculos sin acudir necesariamente a la violencia verbal sobre los que, de alguna manera, contradicen los argumentos que se esgrimen.
En esta antesala al periodo de elecciones que se avecina, conviene de alguna manera educar a los candidatos para que vendan a los ciudadanos la calidad humana que se busca en los personajes que serán responsables de administrar el erario. En este periodo de campañas, conviene advertir que los votantes llegaron a la indiferencia política cansados de ver peleas infantiles y ociosas entre contendientes. Lo que buscan, son discusiones constructivas y construcciones concretas para resolver situaciones que resultarán en el beneficio de quienes están dispuestos a votar por ellos. En esta temporada, cabe recordar que la administración pública es una responsabilidad compartida y que las decisiones que de manera individual se toman, acarrean con consecuencias de carácter colectivo.