Algunos sugieren que es resultado de la gestión presidencial, las pruebas Pisa, la desigualdad económica, salario mínimo, corrupción. Muchos culpables del desempeño nacional. Pocas soluciones.
Las culpas se concentran en el síntoma: bajas tasas de crecimiento, delincuencia, disidencias, narcotráfico, ladrones de cuello blanco. No en el diagnóstico. Las noticias prefieren la sensación por encima de la reflexión.
Problemas sociales y económicos a un lado, y sin tener respuesta clara, es necesario reconocer que ha estado en manos de todos darle cabida a una herramienta silenciosa y discreta que ayuda a generar un intangible valioso: la cultura para superar esas dificultades.
La lectura. Herramienta poderosa de ilustración y educación, de creación de cultura. Genera reflexiones, luego pensamientos que, depurados en discusiones constructivas, se convierten en conocimiento. La lectura ha debido ser esa prioridad que, desde principios de siglo XX, y hasta la fecha –seguro por muchos años más–, acompañe el proceso de formación de individuos. Sin restringir preferencias literarias.
Los libros son el instrumento que le permitirá al país encontrar el nivel cultural para llegar a acuerdos colectivos respetando ideas diferentes. Construir pensamientos a partir de ideas que entre muchos lograron pensar al abrir miles de libros en su proceso de formación individual. Un proceso diferente a la educación individual. El uno obedece a lo que se aprende en la vida y lo que los libros permiten vivir. En últimas le ofrecen a quien lee, la oportunidad de vivir muchas más vidas de las que tiene disponibles. Por el contrario, el proceso de educación individual corresponde a ese proceso de instrucción académica en colegios, instituciones académicas y demás, que puede o no, nutrir el pensamiento.
Así las cosas y defendiendo la lectura y los libros como las armas para combatir resultados económicos y sociales que pueden mejorar, la apuesta ha de ser por una meta de lectura nacional con un rigor superior al de los presupuestos de educación y defensa. Rigor que permita alcanzar índices de lectura per cápita responsables y comparables con países que hoy definen la política educativa global: Finlandia, o ambiental: Noruega. Uno que permita pasar del tímido libro al año, a los bien ponderados promedios de 10 o 12 libros por persona al año.
La lectura, es capaz de combatir la corrupción, el déficit fiscal y el bajo crecimiento económico. Simplemente es una solución que arrastra consigo un rezago antes de reaccionar. Sin embargo, una vez detona, la lectura se expande y contagia entre individuos hasta lograr el cambio cultural que Colombia requiere para crecer por encima del 8 % anual. Eliminará la violencia familiar, en la calle, o el interés de que prime el interés individual sobre el colectivo en cargos públicos.
El sueño es que en Colombia comprar un libro cueste menos que comprar un desayuno. Que tenga una oferta de literatura, editores y escritores, que no se limite a lo que el mercado esté dispuesto a enviar. Un país donde los libros acompañan todos los trayectos urbanos, que motive conversaciones.
Este 7 de marzo celebra el día internacional de la lectura. A diferencia de otros, no celebra una batalla heroica; sino un hábito de vida: la lectura. Que esta fecha motive a comprar libros, visitar bibliotecas, leer de cualquier tema y vivir muchas más vidas que las restricciones de un cuerpo material, condiciona a vivir, pero que un mundo de imaginaciones como la literatura, permite multiplicar.
¿Cuántos libros ha leído este año?, ¿cuántos espera leer?, ¿con quién comparte esas lecturas?
Nota: la compañía de galletas Noel tiene un programa ejemplar para favorecer la lectura entre colaboradores y sus familiares. En menos de 8 años lograron pasar de promedios de lectura de 0,8 libros al año a un honroso 4,6 que va in crescendo.