La administración pública es un dolor común que a nadie satisface –el oficio más ingrato–. Administraciones de esta década o la pasada; locales, regionales o nacionales. Con corrientes políticas de cualquier ánimo. Su rasgo común frente a la audiencia que hoy interesan son conversaciones dominadas por la intensidad apasionada. Extremismos bien sea de un lado/color o de otro. Argumentos superfluos. Conversaciones en las que no prima la razón o la objetividad; por el contrario lo importante es simple: “tener la razón”. En muchos casos con evidencia espuria o sin demostraciones. Porque sí.
Parece imposible en esos escenarios encontrar puntos comunes o razones compartidas. Parece impensable dar lugar a un pensamiento colectivo que agregue opiniones e intereses. Un argumento que una las voluntades explicando las razones.
El anterior es un contexto que genera incredulidad e indiferencia en los espectadores (constituyente primario). Y que se acentúa gracias a la popularidad de esos argumentos en medios de comunicación y difusión. Bien sea por atípicos, tontos, morbosos o populistas. Argumentos que terminan siendo alimento diario en las noticias y que sirven para realimentar negativamente la misma perspectiva. Un círculo vicioso sin fin. Un círculo en el que juzgar desde afuera es fácil. Criticar es la respuesta más automática.
Una conducta más sabia sería en principio identificar el origen de la situación. Luego, tomar acción individual para corregirla.
Hoy, la autoridad parece ser la moneda más devaluada. Juzgar negativamente la actividad del gobierno, policía, autoridades de tránsito por mencionar algunas, no ayuda a encontrar soluciones. Esas críticas negativas erosionan la institucionalidad sobre la que descansan.
El llamado en este caso, es a recordar que la sociedad se apoya en la fortaleza de esas instituciones, y que esa autoridad que ostentan proviene del reconocimiento individual que sus ciudadanos le otorgan.
La corrupción ha minado más de lo justo la credibilidad que en las instituciones se aloja. Reconstruir esa confianza será el antídoto a escenarios culturales y ciudadanos negativos. Esa capacidad es responsabilidad de todos.
Si las instituciones más grandes hoy, las que constituyen el Estado que hoy gobierna carecen de esa autoridad, qué les espera a las convenciones e instituciones más simples. Y acá es necesario ir al origen de la situación. A reconocer que el deterioro es tangible en las células que dan origen a la sociedad. En familias y aulas de clase: el trato de nietos a abuelos o hijos a padres. El de estudiantes a profesores. No es un factor común o masivo, pero sí una tendencia visible. El decaimiento de la institucionalidad también se observa en el tráfico vehicular. Cuente infracciones de tránsito en el trayecto al trabajo: luces de semáforo, pasos peatonales, lugares para parquear los más simples. Si esa es la condición de la institucionalidad más básica para garantizar la convivencia; diagnosticar el estado de la autoridad y las instituciones que gobiernan el país no será difícil.
Si el anterior contexto refleja su sentir, agréguese a la lista del “sentimiento común”. Dicho sentimiento, es la forma como la ciudad somatiza una patología más profunda que requiere una intervención cultural inmediata. Algo que ni los heroicos y osados administradores públicos ayudarán a resolver. Ellos podrán en la medida en que la sociedad sea capaz de investirlos con la autoridad que las instituciones merecen. Se trata de una patología que requiere un tratamiento de largo plazo que devuelva el “sentimiento común” a los niveles más saludables de Positivismo Realista como escribía Jorge Mario Velásquez en su editorial de El Colombiano (Edición Especial “Director por un día”, 06/02/2019). De ese sentimiento constructivo que merece defenderse.
Si usted se encuentra en esa frontera de decisión, entre abandonarse a la pena y simplemente criticar; o por el contrario siente el ímpetu de acciones y herramientas tomar (en esta ciudad no se toman las armas), es bienvenido a mantener esta línea de pensamiento. A sumarse al trabajo que en cultura debe hacerse para continuar sembrando de positivismo y esperanza el escenario futuro.