Es un hombre sencillo, un zapatero de manos nudosas y maneras bruscas; habla duro, sin medir palabras, pero nunca con deshonestidad. Al hablar con él, reconoce que le falta tacto para decir las cosas, pero que nunca miente. Y eso es importante porque, además de sus zapatos, el hombre es concejal de un pequeño municipio del Suroeste antioqueño, y está convencido de que la única manera de comportarse al tener la responsabilidad de los ciudadanos que votaron por él sobre sus hombros es la absoluta honestidad; la intransigente lealtad con sus electores.
El problema es que contra todos sus esfuerzos, su municipio se encuentra –como docenas en Antioquia y cientos en Colombia- en manos de una poderosa fuerza política que lo gobierna como si de una finca...