Sri Lanka se ha caracterizado por ser un país de diversidad cultural y religiosa en el que los cristianos son una minoría importante. El siete por ciento de la población, de 22 millones de habitantes, profesa este credo frente a un 70 por ciento de budistas. Eran esos grupos minoritarios quienes se encontraban el pasado 21 abril celebrando la resurrección de Cristo. Asistieron quizás con alegría y con la hermandad que trae festejar la Pascua.
Pero el final de una mañana que, se supone, debía ser celebrativa, fue trágica y sangrienta. El santuario de San Antonio de Padua, en Kochchkade, un distrito de la capital Colombo y el más importante en este país, fue el primer blanco del atentado. Luego la iglesia San Sebastián en Negombo. Poco tiempo después recibió otro ataque la iglesia evangélica de Sion en Batticaloa y mientras tanto, para otro centenar de personas, la hora del desayuno, donde muchos también celebraban la Pascua, fue teñida de sangre con el atentado que sufrieron tres hoteles de lujo y un hostal. El resultado: 321 muertos cuyo pecado fue, en la mayoría de los casos, creer en la resurrección de Cristo y, por lo tanto, celebrarlo.
“Es terrible. Terrible. Nunca antes habían ido por los cristianos de esta manera”, dijo al diario El Mundo de España Cyril Samantha, una mujer de familia católica desde hace generaciones.
El Estado Islámico reivindicó la autoría de los atentados de Sri Lanka a través de un comunicado enviado a la agencia Amaq, afín al grupo yihadista, pero aún no hay evidencia directa de estas declaraciones y en otras ocasiones se han atribuido actos terroristas de los cuales finalmente se ha comprobado que ellos no han sido sus autores. Por su parte el ministro de Defensa de Sri Lanka, Ruwan Wijewardene, indicó que, de acuerdo con una investigación preliminar, los atentados fueron una represalia por los ataques a dos mezquitas de Nueva Zelanda el pasado 15 de marzo y en los que murieron 49 personas.
El derramamiento de sangre vuelve a un país en que, hasta el 2009 sufrió una guerra civil de más de dos décadas debido a que los grupos separatistas buscaban la independencia de la región de Tamil.
El ataque en Sri Lanka hace cada vez más común el hecho de que en algunos países, las celebraciones de Semana Santa y Pascua sean escenarios de muerte y sangre. El martirio pues, no es cosa del pasado. En el último año cerca de 245 millones de cristianos han sufrido de alguna manera amenazas contra su vida. En 73 países los cristianos sufren una “alta”, “muy alta” o “extrema” persecución religiosa. Creer se convierte, en muchos lugares del mundo, en una amenaza para la propia vida. Estos nuevos mártires ya están gozando la alegría de la resurrección que fueron a celebrar el pasado domingo. Que su sangre sea semilla de nuevos cristianos para Asia y para un mundo que dice darle la espalda al Dios de los cristianos, pero en el cual aún siguen muriendo tantos por causa de la fe que profesan.