He trabajado de manera ininterrumpida desde antes de graduarme. He pasado por muchos medios de comunicación reconocidos. Hasta tuve una empresa propia que fue bastante exitosa. Mis dos novelas se han vendido bien. Dicto clases regularmente. Cobro por mis charlas. Y, sin embargo, hace poco tuve un revés que me hizo dar cuenta de lo precaria que es mi situación. No quiero ni pensar cómo van a subsistir las generaciones que vienen detrás de mí. Tenemos mil trabajos, le cumplimos a todo el mundo, nos cuesta llegar enteros al final del mes, parece que andamos a las carreras pero no llegamos jamás a ninguna parte. ¿Qué va a pasar con los que apenas están empezando?
Lo anterior me hizo preguntarme si todo tiempo pasado fue mejor. Antes también robaban y contaminaban ríos. Antes también violaban mujeres y apaleaban travestis. Antes también se juntaban de dos en dos y se reproducían y abortaban y se separaban y se morían. La diferencia es que antes existían menos derechos, menos canales y menos valentía para expresar las inconformidades. Antes no se vivía mejor. Antes se disimulaba mejor. Antes se callaba mejor. Antes se usaba la bandera de la estabilidad como un indicador de éxito.
El problema de la estabilidad es que, analizada desde el hoy, tiene un precio que las generaciones previas no nos revelaron, tal vez porque les importaba más el qué dirán. ¿Cuánto le valía a una mujer sin independencia económica estar atrapada eternamente en una relación infeliz? ¿Cuánto le valía tener unos hijos que no quería tener? Le valía la vida entera con sus infinitas posibilidades. La pregunta no es si se justifica pagar un costo tan alto en nombre de la estabilidad porque es obvio que no. La pregunta debería ser cómo lograr que las generaciones inestables de hoy superemos la precariedad laboral y el vértigo de vivir.
«Durante medio siglo hubo mucha gente que solo tuvo una pareja, trabajó en la misma institución, se compró una o dos viviendas y veraneó en el mismo sitio y siempre con buen tiempo. Esa estabilidad sentimental, laboral, económica y climática parece ciencia ficción», twitteó en estos días Jorge Carrión. Creo que la estabilidad extrema, además de ciencia ficción, es una falacia porque si algo caracteriza a los humanos es el cambio, la contradicción, la complejidad. Ya decía yo que tanta estabilidad era sospechosa: delataba aguante, silencio, resignación. Simone de Beauvoir se refirió a esto como «la opaca esclavitud de los adultos». En ella nada imprevisto les ocurría porque «soportaban entre suspiros una existencia donde todo estaba decidido de antemano sin que nunca nadie decidiera nada por sí mismo».
¿Todo tiempo pasado fue mejor? Para mi gusto no. No añoro el marido, la casa, el carro, los hijos y la supuesta estabilidad que a los cuarenta ya tenían las amigas de mi madre. Puedo haber perdido cosas materiales, pero mi formación, mi capacidad de trabajo y mi libertad no puede robármelas nadie. El costo sigue siendo alto: trabajo más y poseo menos. Vivo agotada y no sé si alcance a jubilarme para descansar. A los que apenas empiezan solo les digo una cosa: antes se callaba mejor, pero ahora no