En 1222, mientras aún vivía San Francisco de Asís, los franciscanos erigieron una pequeña iglesia, en mayo de 1295 sobre las ruinas de ese templo se inició la construcción de la Basílica de Santa Croce o Santa Cruz, en la ciudad de Florencia, Italia. Dante, Machiavelo, Vasari, Galileo y Miguel Ángel entre otros están enterrados allí, Giotto pintó unos extraordinarios frescos en cuatro de sus capillas pero solo sobrevivieron los de dos de ellas, la basílica es un lugar que acoge demostraciones artísticas de una enorme calidad, en un país que como Italia posee uno de los mayores patrimonios culturales de la humanidad. Durante un viaje que realizó a ese país y después de visitar la basílica, Stendhal, el escritor francés abrumado ante tanta belleza, describió lo que experimentó: “Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”. A ese sobrecogimiento se le conoce como el síndrome de Stendhal y lo produce en ciertos viajeros la sobreexposición a tanta desmesura estética como la que solo es posible en una ciudad como Florencia, se dice que al menos unos doce turistas lo padecen al año.
No padeceremos nunca ese síndrome en esta tierra, el interés estético que durante las últimas administraciones de la ciudad fue manifiesto, parece que no existe más, en ese sobrecogimiento producido por la belleza pensaba mientras leía en este periódico la noticia acerca de la extensión del Urbanismo táctico hasta los 5.458 metros cuadrados, pero no solo ahí se manifiesta el desinterés por la forma (y en ocasiones por el contenido), creo que en general en este gobierno, la estética brilla por su ausencia (¿recuerda los casos de las campañas con errores ortográficos?).
En el caso del Urbanismo táctico soy de los que creen que no solo es el qué, sino que también es el cómo. Seguramente (y se agradece y es de esperarse) el proyecto ha repercutido positivamente en la accidentalidad y la movilidad, pero los resultados formales y el desmejoramiento visual de las zonas intervenidas salta a la vista, además la falta de pedagogía durante la implementación y ejecución del proyecto es evidente, para el usuario, en general, los problemas de movilidad son otros más apremiantes que invadir con objetos los carriles vehiculares que ya son pocos, para poner en ellos unas materas enormes y feas, ubicar obstáculos o pintar de colores el piso y disponer unas bancas en dichos espacios, en unas intervenciones que parecen más un decorado ordinario que un proyecto de diseño que responda a condiciones y necesidades de una estrategia.
Para los políticos lo que importa es el número de lo intervenido y no la calidad de la intervención, olvidan el Alcalde y su secretario de movilidad que forma y contenido son lo mismo y que ambos están inexorablemente interconectados, la búsqueda de belleza debería ser un propósito, pues ella también genera e incide en la seguridad. Ya lo dijo Paul Valéry: “no hay nada más profundo que la piel”.