Hay cuentos que te ayudan a vivir, que rememorarlos te dan ciertas claridades en la vida, en esta corta vida que a veces se puede ir por cualquier lado si uno se descuida. Por eso, digo yo, igual de inexperto que ustedes en esta existencia, donde solo tenemos una oportunidad para entenderla, hay que vivirla conscientes, en lo posible, de saber qué se quiere.
Leer de vez en cuando el cuento del gran León Tolstoi, “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, a mí me devuelve de un golpe a lo relevante, a lo necesario. Mal contada, la historia es así: Un campesino, Pajom, feliz en un momento con su parcela y animales, un día se ve tentado a tener más. Lo consigue y por un breve instante siente cierta felicidad; pero una vez que se acostumbra, la nueva tierra conseguida le parece poca y decide buscar más.
Un día, se entera de que en la región de los bashkirios, sus habitantes venden la tierra por cualquier cosa. El jefe de los bashkirios le explica que ellos tienen un único precio. “Toda la tierra que consigas recorrer en una jornada será tuya, al precio de mil rublos”. Pajom se sorprende. “En un día entero se puede recorrer mucha tierra”. El jefe ríe. “¡Toda será tuya!, pero con una condición: si antes del anochecer no has vuelto al punto de partida, perderás el dinero”. Así es como Pajom emprende su camino y en la medida que avanza quiere más y más, “pues toda la tierra le parecía buena”. Recorre tanto que se le hace tarde para su regreso. ¿El final? Lean el cuento, es corto y tiene más cosas que aquí no puedo explicar.
¿Cuánta tierra necesita un hombre?, cada quien debe responder, lo que es suficiente para mí no lo es para otros, y eso está bien, pero que la codicia, que se ve en tantos aspectos de la humanidad, no nos enceguezca hasta quitarnos la felicidad de lo obtenido.
Coletilla: Esta semana murió uno de los precursores de la edición independiente en Colombia, y como suele pasar en este país de tanta bulla, pocos se dieron cuenta de lo que hizo como creador de La Carreta Editores. Murió César Hurtado, y su legado editorial, tan especial e importante en las ciencias sociales, aunque también tuvo su línea literaria, deberá repasarse. César y su editorial se merecen más lectores, una gloria que quede enmarcada en una tipografía y en papeles más excelsos. Durante más de 50 años fue un editor dedicado y silencioso, con un ojo tremendo. Las editoriales independientes que hoy brillan en nuestro país, por fortuna, le deben mucho a la “carreta editorial” que dio César, sin presumir, con esa bella esperanza que tienen quienes editan libros con el corazón: que los lectores sientan que no es posible vivir sin ellos