Por Agostinho J. Almeida
Nací en Portugal, un país pequeño pero considerado como uno de los mejores destinos turísticos y para vivir: gente amable, playas, monumentos históricos, comida y vino increíbles, bajo costo de vida en comparación con el resto de la Europa occidental y de forma general es un lugar seguro. La mayoría de mis conocidos que han tenido la oportunidad de visitar Portugal suelen preguntarme “¿Al final, por qué estás en Colombia?”. Desde el primer momento me enamoré de este país y su gente. Hoy, orgullosamente portugués y colombiano, tengo la suerte de tener familiares y amigos a ambos lados del océano. Ni siquiera tendría sentido elegir entre mis dos países; como leí por ahí alguna vez “El uno me desvela el corazón. Y el otro me desnuda el alma”.
No faltan razones para enamorarse de Colombia: la música, la diversidad étnica, la biodiversidad, sus diferentes regiones y climas, entre muchas otras. Pero sobre todo su gente, su voluntad, su resiliencia, su orgullo contagiante en lo colombiano. En su poema El Bambuco, Rafael Pardo (falleció este miércoles pasado, hace 109 años) lo describe bien: “¡Lejos Verdi, Auber, Mozart! Son vuestros aires muy bellos, mas no doy por todos ellos, el aire de mi lugar”. Hay definitivamente algo de realismo mágico y romántico en estas tierras: un mundo de sabores invertidos y colores invisibles. Adicionalmente, Colombia ha tenido un desarrollo económico importante en las últimas décadas, reinventándose después de sufrir a manos de una guerra civil y narcoterrorismo de más de 60 años; al punto de tornarse una referencia importante en la región.
Sin embargo, hemos enfrentado un escenario en los últimos días con contornos drásticos. Ya no bastaba el Covid-19 y su impacto nefasto en la sociedad y la economía... Más de 40 % de la población vive en la pobreza y más de 2,6 millones tienen hambre crónica. A pesar de los esfuerzos de reactivación económica que se han desarrollado, la tasa de desempleo sigue siendo sustancialmente alta: en febrero, fue cercano al 16 %, con un incremento de 886.000 frente al mismo mes en 2020. A eso se suman las recientes manifestaciones públicas violentas, las acciones violentas de la autoridad, heridos, muertes, daños en propiedades públicas y privadas, transporte de comida y suministros médicos interrumpidos. Y la más que probable extensión de la tercera ola de Covid-19 debido a las aglomeraciones... Discutir que la reforma tributaria llevó a esta situación no es siquiera razonable; se sumó ciertamente a factores socioeconómicos, políticos y otros preexistentes hace años y que han sido agudizados por la pandemia.
“¡Rechazo la violencia porque crecí en medio de ella!”, vi publicado ayer en las redes sociales; afortunadamente un sentimiento compartido por millones de colombianos, en que la memoria no falla y que buscan de manera pacífica generar el cambio. Según Gabo y su realismo mágico “Macondo no es un lugar sino un estado de ánimo”. Debemos encontrar el ánimo y la energía para unir esfuerzos y con grandeza promover la transformación y el país que anhelamos. Ya es tiempo de sanar las heridas. Colombia, que tanto amamos sin reservas, ya sangró lo suficiente