Desde respetar un semáforo en rojo, el límite de velocidad o una vuelta en U prohibida, hasta colarse en las filas, pagar los impuestos o comprar un software pirata, vivir nuestra realidad diaria es enfrentarse al irrespeto sistemático de las normas; y en muchos casos –como al manejar, viajar en transporte público o caminar por las calles- los ciudadanos nos enfrentamos en una lucha “a muerte” por la viveza personal.
El problema es que esas pequeñas vivezas individuales tienen serias consecuencias colectivas.
Así, pasarse un semáforo en rojo nos ayuda a sacar ventaja de los demás, pero generar un accidente puede ocasionar un caos vial que afecta toda la movilidad; el no pago de impuestos nos ahorra pequeñas sumas anuales a cada uno, pero al reducir los recursos públicos, frenamos las inversiones y la prestación de servicios públicos por parte del Estado; y las compras piratas nos evitan los altos costos de los originales, pero pueden constituir rentas importantes de los grupos delincuenciales.
De esta forma, somos tan vivos que terminamos siendo medio bobos.
La viveza –es decir, esa disposición cultural a sacar provecho de toda oportunidad, incluso, en detrimento de los otros- no está sola en este fenómeno. La desconfianza institucional y la percepción extendida de que “no hay que dar papaya” porque los demás están siempre atentos a “partirla”, también determinan nuestra relación con las normas.
Pero así como hay grandes desafíos en la agenda de cumplimiento de normas, existen fortalezas y oportunidades que no sería justo –ni inteligente- ignorar. De acuerdo a la Encuesta de Cultura Ciudadana de Medellín 2013, el 93 % los medellinenses perciben de forma positiva las palabras “norma” y “regla”, y la mayoría actúa de manera cumplidora si considera que ese comportamiento es congruente con su propia conciencia. Es decir, que podemos ser más cumplidores si eso nos hace sentir bien.
De esta forma, desde las administraciones públicas –sobre todo las locales-, pero también como un esfuerzo más amplio de parte de la sociedad, incentivar el cumplimiento de normas debe, en primer lugar, reconocer a los que, a pesar de todo, están cumpliendo, y a utilizar esas percepciones positivas y reconocimiento de la conciencia en los ciudadanos.
Para esto valen algunas estrategias sencillas, como enviar certificados de felicitación a las personas luego de que pagan sus impuestos a tiempo, o inundar las vías con mensajes sobre el cumplimiento y los deberes ciudadanos que incluyan las palabras norma o regla. Finalmente, resaltar que no todos somos incumplidores y que las personas pueden ser confiables, señalando que el incumplimiento “preventivo” que muchas personas realizan no es necesario y peor aún, puede tener efectos sociales, colectivos e individuales terriblemente perjudiciales.
Estas son algunas ideas sueltas, pero estudiar mejor las razones del incumplimiento –y del cumplimiento- y aplicar ese conocimiento al diseño de políticas públicas locales, nos puede ayudar mucho en la tarea de tener una ciudadanía con una relación menos conflictiva con las normas.