Por FILANDERSON CASTRO BEDOYA
Universidad de Antioquia, Departamento de Psicología, 8° semestre.
filanderson.castro@udea.edu.co
Es innegable la difícil situación económica que enfrenta la mayoría de colombianos a diario, en un país donde las oportunidades son tan escasas y la obtención de cantidades importantes de dinero se ve casi siempre asociada a la ilegalidad, lo más común es que el ciudadano promedio baje su mirada y con cierta desazón afirme “¡Nos tocó ser pobres!”.
No es de extrañar este pensamiento, cuando a pesar de la cantidad de emprendedores y empresarios que emergen en nuestro país, en los medios se sigue vendiendo la imagen del narcotraficante millonario y el político corrupto que se aseguran una vida de lujo de forma fácil, obligando a las personas a evadir lo legal o resignarse a una vida donde el estrés que genera la falta de recursos para solventar las necesidades más básicas es el pan de cada día.
Ante tal imposibilidad de avanzar y mejorar la calidad económica, nuestro país vive entre los pocos que con esfuerzo logran salir adelante, la ilegalidad, la pobreza extrema y la mentalidad de pobreza, siendo esta última donde se ubica la gran mayoría de colombianos, asumir y resignarse a la pobreza tiene implicaciones que van más allá de enfrentar la cotidianidad con pocos recursos, sino que poco a poco nos condicionamos al malgasto, al apego desmedido, al temor al cambio, a la desesperanza, la pereza y en muchos casos a ver el ruego o la lástima como uno de los negocios más rentables.
Es el tiempo para que los colombianos nos quitemos la venda de los ojos, esa venda que nos han puesto aquellos que quieren sumirnos en la miseria, que nos levantemos a pesar de los obstáculos o la corrupción y le hagamos honor al país que tenemos, un país rico en todos los aspectos, lleno de gente inteligente y pujante, que tiene ideas que pueden cambiar al mundo, de empresarios competentes, de gente trabajadora que se sueña un país lleno de progreso y paz.
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