Topar o toparse, en la acepción de chocar o chocarse, es un verbo que forma parte de las frases que han sobreinterpretado al Quijote pero que han pasado a tener un determinado sentido en la tradición. En un amanecer llegaron el Ingenioso Hidalgo y su escudero al pueblo del Toboso y de repente se encontraron con la tapia del templo. “Con la Iglesia hemos topado, Sancho”, dicen que dijo el Caballero de la Triste Figura. De ahí en adelante se ha usado la expresión para advertir sobre la imprudencia de discutir con la institución eclesiástica.
Ha sido pelea mal casada. Como lo ha sido, también, cuando los gobiernos, por hipersensibilidad, inexperiencia en el manejo mediático u otros motivos, se han engarzado en discusiones con periódicos o noticieros. Han llevado las de perder, a menos que no sean regímenes democráticos e impongan medidas totalitarias para zanjar las controversias.
Lo digo por la polémica de estos días. El Presidente ha establecido una comisión revisora de las normas de las Fuerzas Armadas para asegurar eficiencia y eficacia, una suerte de grupo de corrección de estilo. Debió hacerlo desde el principio. Pero dejó que el Canciller Holmes Trujillo y el Mindefensa Botero le replicaran a The New York Times con airada protesta y el influyente periódico les respondiera en carta muy tajante y poco amistosa. Antes, la famosa señora Cabal, distinguida por sus impertinencias, se pronunció para descalificar al periodista Nicholas Cassey, corresponsal del mismo diario, y afirmó que el periódico estadinense no le merecía respeto por la publicación del artículo en el que al menos puso en duda la seriedad oficial de Colombia en la rigurosa protección de los derechos humanos y la erradicación de los nefastos falsos positivos.
Enredarse en discordias con los medios periodísticos no es recomendable, ni prudente, ni conveniente, para ningún gobernante. Siempre en la controversia se plantea un antagonismo que puede ir más allá del episodio pasajero y convertirse en enfrentamiento prolongado. Tal discordancia por lo general lleva una carga de malestar o incomodidad gubernamental con el ejercicio periodístico, que puede degenerar en fastidio por la libertad de prensa y hasta en la caída en la tentación de hacer sugerencias o tomar decisiones que puedan confundirse con actos inaceptables de censura.
Que la prensa haga lo suyo, critique, fiscalice, cuestione. Incluso, por desgracia, que en algunos casos incurra en exageraciones. Belisario Betancur decía que, para él, siempre era preferible una prensa desbocada a una prensa amordazada. Hay columnistas, reporteros, caricaturistas, que de hecho exageran en la demostración diaria de su acrimonia, de su aborrecimiento a los gobernantes. Pero es un error, digamos que una bisoñada, no tolerarlos con estoicismo. “Con la prensa hemos topado, Sancho”, habría advertido Don Quijote.