De unos años para acá, un acento diferente en nuestras calles se ha hecho cotidiano. Hace cosa de tres años pasa por mi cuadra una señora venezolana, canasta en mano, ofreciendo postres como su única opción de supervivencia. Luego encontré una manicurista nueva, la Chama, en la peluquería que frecuento. Las calles principales del barrio acogieron a muchos de ellos, si es que una calle acoge a alguien, dedicados a vender vidrios y tarjetas SIM para celulares. Los he visto en los buses vendiendo su dinero, para coleccionistas de billetes, porque a ellos en la práctica no les sirve para nada. Están en los supermercados, en los almacenes de ropa y van de puerta en puerta ofreciendo cachivaches. Entregan volantes de masajes eróticos en el centro...