Ocupado en librar la batalla contra la muerte y el covid-19, el mundo conmemoró casi en silencio los 75 años del estallido de la primera bomba atómica lanzada por Estados Unidos contra Japón el 6 de agosto de 1945. La bomba mató más de 200 mil personas en Hiroshima, que murieron en pocos minutos, consumidas por el fuego o fulminadas por los efectos de la explosión y miles más que murieron en los años siguientes por las consecuencias de la radiación.
La explosión de la bomba y su fuerza destructora, desconocida hasta el momento, forzó a Japón a rendirse ante Estados Unidos. Esto puso fin a la Segunda Guerra mundial.
Quién lo creyera hoy: aunque los reportajes de prensa y los noticieros de cine informaron casi enseguida sobre los efectos demoledores de la bomba, la destrucción total de la ciudad, el gigantesco hongo nuclear que se levantó en el cielo después de la explosión y las siluetas de los muertos dibujadas por el fuego en los muros, el mundo se demoró un año más para comprender la magnitud de la tragedia.
Hasta esa fecha, el estallido de la bomba solo fue un “mudo destello”, tan brillante como el sol, de una nueva arma desarrollada por Estados Unidos para arrasar las ciudades japonesas que se negaban a rendirse.
No fue sino en agosto de 1946 —un año más tarde— cuando el mundo empezó a comprender la verdad de la destrucción y el sufrimiento causados por esta nueva arma. Igual que sucedió en las guerras antiguas entre Grecia y Persia, fue el poder eterno de la narración el que permitió este milagro: un periodista llamado John Hersey, con una prosa “calmada e impávida”, fue quien contó al mundo la verdad de esta pesadilla. Hersey contó la historia como se la contaron seis sobrevivientes: un sacerdote jesuita de origen alemán; dos médicos japoneses; un pastor de la iglesia Metodista; una joven de 20 años, secretaria en una fábrica, que se encontraba a 1.500 metros del centro de la explosión y perdió una pierna; y una viuda de un sastre que murió prestando el servicio militar en Singapur, dejando varios niños menores de 10 años bajo su cuidado.
En la primavera de 1946, el periodista John Hersey fue enviado por la revista The New Yorker a Hiroshima. Él esperaba escribir un artículo, como otros lo habían hecho, sobre el estado de la ciudad devastada, los edificios y los trabajos de reconstrucción, nueve meses después.
Durante el viaje cayó enfermo y mientras se curaba cayó en sus manos el libro “El Puente de San Luis Rey”, del escritor estadounidense Thorton Wilder, una historia de la época colonial en el Perú en la que cinco personas cruzaban un puente, cuando este se desplomó. La historia del puente se basa en sus relatos. Cuentan que después de leerlo, Hersey decidió que su reportaje sería sobre personas quemadas y mutiladas y no sobre edificios.
Fueron estas historias de personas agonizando, medio muertas, cuerpos quemados e intentos desesperados de los vivos por salvar a los sobrevivientes destrozados las que sacudieron al mundo. La gente vio “más muerte de la que jamás pensó que vería”.
Toda la edición de 300 mil ejemplares de la revista se agotó en pocas horas y el reportaje de Hersey fue reproducido en otros periódicos y revistas del resto del mundo. Albert Einstein trató de comprar 1.000 ejemplares de la revista para enviarlos a sus colegas científicos, pero esta ya se había agotado.
Cuando la BBC invitó a Hersey a una entrevista sobre el libro, este respondió: “Muy agradecido por invitación BBC interés y cobertura Hiroshima pero siempre he mantenido política de dejar que historia hable por sí sola sin palabras adicionales mías o de otros”.