Uno de estos días, de camino a una tienda del barrio, sin querer queriendo, fui testigo de un diálogo mañanero entre madre e hijo. El niño, con el uniforme de un preescolar cercano y en una conversación a media lengua deliciosa, le estaba rogando a su mamá que le comprara algo. Ella, un poco afanada y como por salir del lío, le dijo: “Cuando pueda, Camilo, te lo compro, hoy no”, a lo que el pequeño le respondió, lloroso y ofuscado: “Y cuando pueda es nunca, ¿cierto?”.
Golpe al alma. Camilo tiene escasos cuatro años y ya es un colombiano más que se debate entre la tolerancia a la frustración, a veces tan necesaria, y el ostracismo de la resignación, a veces tan perjudicial, separadas por una rayita que casi no se ve.
En nuestro país nos hemos visto obligados a vivir así, bajo la incertidumbre de muchos “cuandopueda” y “cuandopuedaesnunca”, a pesar de que cada cuatro años nos mueve la esperanza de un cambio profundo, alentados por los discursos de quienes aspiran a gobernar, algunos más populistas que otros, pero en los que todos los candidatos nos pintan un porvenir maravilloso, el paraíso terrenal en la mejor esquina de América. Pero esos sueños de país donde podamos vivir en paz, con las necesidades cubiertas, buenos empleos y bien remunerados para todos, nunca pueden materializarse por completo. Parecemos resignados a que siempre nos falten cinco centavitos pa’l peso y a que todo en nuestro entorno sea difícil de lograr. Como si las necesidades crecieran más rápido que las soluciones.
Amo mi país tanto como los candidatos dicen amarlo, y hasta más. Busco motivos para sentirme anchísima de ser colombiana y los encuentro. Pero, aunque duela decirlo, tenemos muchas falencias en salud, educación, seguridad, equidad social, productividad del campo y calidad de vida de los campesinos, que deberían ser tratados como reyes porque son nuestra despensa nacional. Pero también en aprovechamiento de los recursos naturales y protección ambiental, entre otros. La que sí no tiene problemas y cada día está más fortalecida es la corrupción, violenta e imperante, con capacidad de adaptarse a cualquier ambiente, público o privado.
Nunca se puede cuando “no se te ven las ganas, no se te ve la voluntad”. Cuando usted y yo no aportamos lo que nos corresponde en donde podemos. Cuando dejamos todo “en manos de Dios” (a Dios lo meten en unos cuentos...). Y así nos vamos, de tumbo en tumbo, en medio de problemas tan grandes que las soluciones a medias o equivocadas ni los tocan.
Entre el antojo de Camilo y las necesidades del país hay un Macizo Colombiano de diferencia. Pero la clave siempre es voluntad y compromiso de todos. Tal vez así logremos que se pueda, alguna vez, vivir bien en esta tierra tan sufrida.
¿Otra vez soñando despierta? Puede que sí, pero la esperanza será lo único que jamás podrán “democratizarme”