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Lo acontecido con las turbas seguidoras de Donald Trump en Estados Unidos y con las de Jair Bolsonaro en Brasil, que buscan desconocer los resultados arrojados en las elecciones de esos dos importantes países, invita a mirar las normas que distinguen la democracia, que estos dos expresidentes con sus planteamientos, discursos y acciones buscan desconocer.
Vernon Bogdanor en su libro Enciclopedia de las instituciones políticas se refiere a instituciones, condiciones y prácticas que caracterizan la democracia: sufragio universal, derecho a elegir y ser elegido, derecho a competir públicamente para lograr apoyo, elecciones libres, limpias y periódicas, derecho de todos a formar partidos políticos, derecho a formar asociaciones, existencia de fuentes alternativas de información independientes entre sí y del control del gobierno, instituciones que aseguran el abandono pacífico del poder o de sus aspiraciones por los que pierden las elecciones y sus sustituciones pacíficas por los ganadores. Esta última práctica es la que han tratado de ignorar los fans de Trump y Bolsonaro, instigados por ellos.
La democracia es dispositivo pacífico y no violento para acceder al poder. Si bien antes, hubo periodos o situaciones en el las que se alcanzaba por medios violentos o por golpes de estado, luego de la implantación de los procedimientos democráticos únicamente alcanza legitimidad el que se conquista en las urnas por votación popular. Y este dispositivo está consagrado en las constituciones y leyes que definen con precisión los métodos y procesos para llegar al poder, que suelen ser considerados dignos de respeto y justos por quienes compiten en las elecciones por la presidencia de cualquier país. Como resultado, el candidato derrotado, así esté afligido y decepcionado por su mal desempeño en las urnas, acepta y facilita que el ganador asuma el poder sin mayores dificultades.
Se presenta, por tanto, una competencia pacífica entre los aspirantes con el compromiso previo de respetar el resultado que arrojen las votaciones y permitir que quien obtiene la victoria quede legal y legítimamente facultado para ejercer el poder. La democracia es, entones, el sistema que asegura el funcionamiento de instituciones y prácticas que garantizan la cesión pacífica del poder o de sus aspiraciones por los derrotados y su reemplazo por los triunfadores. Es claro que para que esta institución y práctica jurídica y política marche con regularidad se requiere que quienes ejercen el poder tengan un término definido de la duración de su mandato. Y son las constituciones las que regulan esta materia para que los ciudadanos elijan a sus gobernantes y definan quiénes son elegidos, forma de elección, duración de los períodos y las formalidades para la posesión en los cargos que van a ocupar
Es necesario saber con precisión cuándo empiezan y cuando finalizan sus periodos. Y así, al terminar el período para el cual fue elegido quien ejerce el poder, opera la figura de abandono pacífico del cargo, en beneficio del candidato victorioso en las urnas. El abandono pacífico del poder por quienes pierden las elecciones es asunto trascendental en democracia, que David Held resalta: “La esencia de la democracia está (...) en la habilidad de los ciudadanos para sustituir un gobierno por otro y, por lo tanto, para protegerse del riesgo de que los políticos encargados de tomar las decisiones se transformen en una fuerza inamovible”, que generalmente se convierte en dictadura con las graves consecuencias que esto implica
