“Hubo tanto ataque de gente de acá cuando avisamos que ella [Francia Márquez] venía a vivir a Medellín que preferimos ser cautos”, confirma la representante electa Luz María Múnera, responsable de la campaña de Francia en Antioquia. La fórmula de Gustavo Petro no residirá en Medellín, pero vendrá con frecuencia. Eso sí: nuestra ciudad es su sede de campaña.
La abogada caucana encarna un momento histórico de alta tensión entre relatos que buscan consolidar una nación.
¿Existe relación entre las pasiones (encontradas) que genera Márquez y la reciente renuncia de Laura Ortiz, cuarta directora del Museo Nacional de la Memoria (MNM), cuya posesión fue el 28 de enero?
La National Gallery de Londres acaba de cambiar el título de una obra de Edgar Degas. “Las bailarinas rusas” hoy son “Las bailarinas ucranianas”, como respuesta a lo que se consideró una “interpretación perezosa” de un legado: tres millones de refugiados y 1.500 muertos después, fue entendida aquella reivindicación. Colombia tampoco es ajena a los ímpetus de la Historia.
La eclosión de Márquez en la política electoral explica la permanencia de Darío Acevedo en la dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH): Márquez sintetiza muchas de las reivindicaciones históricas y culturales que el relato oficial ha invisibilizado y anulado; el establecimiento necesita a un revisionista como el director del CNMH (encargado de “diseñar, crear y administrar” el MNM) para resguardar las memorias dominantes, la propuesta civilizatoria de un sector de la sociedad que se siente ungido y que, mediante herramientas como el lenguaje, construye mapas mentales en la ciudadanía para establecer y mantener su poder. Es tal la disputa que la justicia ha tenido que intervenir: sobre la colección Voces para Transformar a Colombia, base del guion del MNM, permanece vigente una medida cautelar de la JEP para “salvaguardar los derechos de las víctimas, mediante la preservación y conservación de la colección en su versión concertada”.
Memorias para la paz o memorias para la guerra, de María Emma Wills (Planeta, 2022), permite aproximarse a la batalla por el relato histórico. De acuerdo con la politóloga, la memoria tiene dos rutas: “La primera se inspira en un proyecto de memoria asociado a la profundización democrática que auspicia un ‘buen vivir juntos’ desde un compromiso con la inclusión, el reconocimiento y la celebración de la pluralidad que somos” (“vivir sabroso”, diría Márquez); “mientras el otro camino cultiva memorias que fomentan el desencuentro, el miedo y la sospecha frente a la diferencia”.
El “abrazo ancestral” de Márquez abarca desde el Consejo Comunitario de Puerto Girón, protector de su territorio, hasta las madres de Buenaventura que buscan a sus desaparecidos en el Estero de San Antonio. Lo suyo no es una imposición, sino un reclamo legítimo en torno a la memoria: ¡Por eso, hasta el mismo Petro parece temerle!
Esta disputa implica reconocer que —por fortuna— la colonización antioqueña murió. Y que las “razas” (“negra”, “antioqueña”...) son ficciones que obstaculizan el camino a la pluralidad