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Las imágenes de cientos de afganos que se lanzan desesperados a un avión militar, mientras éste trataba de despegar de la pista del aeropuerto de Kabul, son desesperanzadoras y, sin duda, pasarán a la historia por su patetismo. Ni la pandemia, con sus encierros, calles desoladas y parálisis mundial, nos había entregado retratos más conmovedores. Tal vez un referente reciente sean las estremecedoras escenas, transmitidas en directo, luego del ataque de las torres gemelas, cuando cientos de personas acorraladas por el fuego, llenas de miedo a morir, se lanzaban al abismo. Algo similar debieron de sentir esos afganos que trataron de colgarse de ese avión en movimiento para salvarse, para no morir.
Creo que este episodio resume bien la compleja problemática afgana, pero, más que nada, el pavor de sus habitantes a volver a vivir en un pasado de miedos y de represiones que creían desterrado para siempre. En otras palabras, a vivir en un régimen totalitario, en el que la ley se cumple a la fuerza, sin que medie la democracia o los juicios racionales. En efecto, los talibanes hacen cumplir sus leyes y lo hacen basados en la crueldad y el irrespeto a las libertades individuales.
Lo de Afganistán es volver a la época de la barbarie más atroz. Poco a poco nos llegan noticias de los atentados, pero también de cómo sacan a las personas de sus casas y los desaparecen, con la noche como único testigo y cómplice.
Capítulo aparte merece la brutalidad con que los talibanes tratan a las mujeres afganas. El uso obligado del burka, la imposibilidad de estudiar son apenas algunas de las imposiciones, tras lo cual se esconde una misoginia cruel, que, por lo general, termina en lapidaciones, mutilaciones, azotes y hasta la muerte. Y ahora, tras la decisión de Estados Unidos de salir de ese país, las conquistas alcanzadas por estas mujeres en los últimos veinte años parecen de nuevo amenazadas sin remedio. Todos, sin excepción, debemos estar alerta ante el peligro que implica que el fundamentalismo haga de nuevo carrera en el mundo y eche por tierra los avances en libertades individuales, que no son solo en favor de las mujeres, sino de la humanidad entera. Cuando una mujer es amenazada o explotada, no es ella quien sufre, es la humanidad entera quien lo hace. Sus avances y sus logros son de todos y no podemos desandar el camino, ni permitir que otros lo hagan por ningún motivo.
El retorno de los talibanes amenaza con ser el de la brutalidad y la ignominia. Pero también podría ser la oportunidad para que Occidente repiense sus principios y los haga valer de nuevo. Este año ha sido el más caótico que recuerde: pandemia, caos, muerte, incertidumbre por doquier, y ahora lo impensable: cientos de personas se lanzan a la muerte. En mi última columna hablaba acerca de la importancia de tener líderes que nos inspiren con sus propósitos, hoy no solo nuestro país está urgido de ellos, sino el mundo entero. Que el retorno de los talibanes sea también un llamado a defender los principios más claros de nuestra civilización. Lo que está en juego en Afganistán y en otros países es el anhelo de democracia, que entre todos podemos hacer realidad.
P.d: que gran gesto el del presidente Ivan Duque recibir cuatro mil migrantes afganos
