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¿Estamos de acuerdo en que la educación es el instrumento más importante para que una sociedad progrese? El problema es que Colombia, aunque lo tiene claro, no logra los mejores resultados en esta materia.
Este año, sin chaquetas distintivas del grado once, sin excursión de bachilleres ni fiestas de “prom”, aunque no faltarán las clandestinas, se graduarán más de quinientos mil bachilleres en el país, muchos de ellos “a la maldita sea”, porque así funciona el sistema, y algunos con bastantes méritos, a pesar del confinamiento, que nos mostró el gran potencial de las plataformas virtuales para la educación pero también nos dejó empelota sobre las deficiencias, carencias y falencias que tenemos en este sentido.
Países como China, India, Singapur, Corea del Sur, Canadá y Finlandia, han logrado mejorar su calidad en educación y hoy son potencias. En Colombia creemos que hicimos la tarea porque hemos avanzado en cobertura y en construcción de colegios, pero la verdad es que nos falta humildad política para reconocer que lo que se ha hecho no es suficiente, especialmente en la educación pública.
En Finlandia solo los mejores estudiantes pueden ser maestros. En Japón el magisterio es la profesión más respetada. En Colombia, para muchas personas, es un escampadero o una trinchera de adoctrinamiento. Y que valgan las incontables excepciones que conozco, admiro y respeto profundamente.
Los indicadores para medir la calidad de la educación en Colombia son las pruebas Saber, con las que, según el Icfes, “se miden las habilidades de estudiantes de quince años para resolver problemas cotidianos”. Y las pruebas Pisa, que “ayudan a identificar las brechas entre los diferentes sistemas educativos”.
Y aunque todos los años el MEN anuncie logros en las pruebas Saber, y el Gobierno sostenga que somos el país que más avanza en las pruebas Pisa, para nadie es un secreto que en dichos avances hay mucho tilín tilín y poco de paletas.
Si realmente tuviéramos una educación de calidad, creo que ya se hubiera reflejado en una sociedad donde, por lo menos, disminuyeran el hurto, los hechos violentos, la ilegalidad, la corrupción, el irrespeto, la falta de cultura ciudadana y todo eso que cada rato nos hace perder la esperanza colectiva.
La educación es un proceso integral en el que todos ponen, como en el juego del trompito aquel: Estado, academia, estudiante y familia. ¿De qué sirve tener muchos profesionales si no son buenos seres humanos? Por eso es importante la educación en valores cívicos y éticos, además de contenidos actualizados y contextualizados en habilidades de lenguaje, comprensión lectora y expresión escrita; conocimiento de las ciencias exactas, de la tierra, de los procesos del agua, de la naturaleza, la botánica, la zoología; de nuestra historia y de nuestra geografía, en sus componentes físicos, humanos y culturales.
Ya hay bastantes charlatanes, vendedores de humo y hasta “ingenieros de lo invisible”, incluso pagados con nuestros impuestos, que fungen en la institucionalidad. Es hora de educar para tener profesionales íntegros para que el país pueda progresar. La educación no puede seguir siendo la maqueta que pasa raspando casi siempre.
