La renuncia del fiscal Néstor Humberto Martínez (NHM) tiene diferentes matices políticos y jurídicos que han sido ampliamente discutidos, pero falta tratar el asunto de sus falencias éticas y morales.
La afirmación en su renuncia sobre el respeto al Estado de Derecho es cínica. NHM es otro más de la élite de funcionarios del Estado y de la empresa privada que se han aprovechado de sus posiciones para actuar exclusivamente en función de sus intereses personales. NHM como fiscal, fue investigador y parte en el proceso de Odebrecht. Guardó la prueba del video de Santrich, que tras su renuncia se filtró a los medios, para así deslegitimar el fallo de la Jurisdicción Especial de Paz (JEP). Y posteriormente llamó al pueblo para mediante una movilización precipitar la caída del mismo Estado de Derecho, que dijo defender.
El Estado de Derecho tiene dos elementos: el primero es jurídico: imperio de la ley, división de poderes, sujeción de la administración a la ley y al control judicial, y derechos y libertades fundamentales para los ciudadanos. El segundo es moral: se refiere al ciudadano como persona moral, el cual además de respetar el derecho conforme al deber jurídico, va más allá de aquello a lo que la ley puede obligarlo. Por esto su acción es meritoria. Sin moralidad, dijo Kant, en el derecho se sigue solamente la letra de la ley, pero no su espíritu.
Esto es lo que sucede en nuestra patria de las leyes -santanderista-, donde muchos miembros de las élites jurídicas, empresariales y políticas actúan como NHM, es decir, sin aparente contradicción con la ley, pero actuando inmoralmente.
Los actos de NHM que antes señalé, no se dieron en el marco del respeto del Estado de Derecho. Desconoció principios fundamentales como la división de poderes al impedir de distintas formas la actuación de la justicia en el caso de la JEP. Omitió también la sujeción de la administración a la ley y al control judicial, como es claro en el ocultamiento de la prueba del video de Santrich. Concluyo así que como funcionario público desconoció el imperio de la ley y en sentido moral, no es una persona íntegra.
En la filosofía moral, la integridad personal es considerada generalmente como el fundamento de las relaciones de confianza, solidaridad, amistad, jurídicas y de negocios. Un hombre vale como íntegro cuando a él nadie le puede reprochar algo públicamente. Es confiable, atiende sus obligaciones y se preocupa por defender su honorabilidad. Una persona íntegra es considerada como estable y firme en su carácter y uno puede pensar que siempre permanecerá inmune a cualquier intento de manipulación o seducción (Arnd Pollmann).
Los parámetros morales son altos y no hacen parte del perfil del cuestionado exfiscal. Según lo anterior, una persona es íntegra cuando ella experimenta confianza en sí misma, respetabilidad, honorabilidad y cuando la sociedad puede testificar que es incorruptible, coherente y leal. Pero del que se disfraza de defensor del imperio de la ley, la sociedad solamente puede testificar que es un hipócrita, egoísta, simulador y presumido.