La impresión general que uno percibe en Medellín es la del retroceso acelerado del civismo. Pueden hacerse campañas muy sugestivas para recomendarnos a los ciudadanos que nos portemos bien en las vías, pero en una sociedad cada día más inclinada al irrespeto de las normas y a seguir el ejemplo funesto de otras ciudades que desde hace tiempos profesan la acracia, las estrategias oficiales para activar el buen comportamiento colectivo fracasan si no se respaldan con una razonable coacción, con instrumentos sancionatorios que demuestren que no se trata de un simple ejercicio lúdico buenista.
Bogotá no puede ser para Medellín una ciudad modelo. Sin embargo, una disposición que tomó la semana pasada la controvertida administración del señor Peñalosa...