El clientelismo político ha sido parte sustancial del ejercicio del poder público en Colombia. Los mismos presidentes han sometido, a través de la historia, con los auxilios parlamentarios –camuflados con toda clase de nombres, creyendo así burlar a la opinión pública– a los congresistas para evitar que estos ejerzan libremente su labor fiscalizadora.
El clientelismo extiende sus frondosas ramas en la nómina oficial. Es un tema que desarrolla con precisión el exministro Armando Estrada –erudito y recursivo conversador– en un libro que comparte con el filósofo William Cerón. Abundan en conceptos y ejemplos para analizar con precisión, este cáncer de las democracias imperfectas.
Tal vez fue Carlos Lleras quien introdujo esta palabra en el lenguaje de la acción política colombiana. Quiso combatir sus perniciosos efectos pero no pudo lograrlo. Ese clientelismo alcanzó su cenit en el gobierno de Juan Manuel Santos con el nombre de “cupos indicativos”, especie de minifalda para mostrar los encantos de la “mermelada”. Debido a sus mañas y abundancia, muchos congresistas salieron, no para la clínica con coma diabético, sino para la cárcel.
En la politiquería se mueve a sus anchas el clientelismo. La misma politiquería que –interpretando al disidente escritor cubano Cabrera Infante– “suele ser el último refugio del pícaro y la primera vocación del vivo”. Ese clientelismo avivó las ansias desmedidas por el dinero ilícito como combustible de las campañas políticas que desmoralizaron los partidos políticos, avivaron las microempresas electorales y abonaron el terreno para la germinación de las listas abiertas a corporaciones públicas a través del voto preferente.
El libro del exministro Armando Estrada y del profesor Cerón retrata con claridad la esencia y estragos del clientelismo. Este “consiste en un intercambio de favores, dádivas o beneficios económicos o burocráticos entre agentes gubernamentales y personas o grupos que actúan como clientes, dentro de una relación que ofrece mutuo beneficio”. El Gobierno, gran manipulador del desdoroso mecanismo, “a cambio de lo que entrega al congresista, recibe el beneficio del respaldo a sus iniciativas y el congresista –patrón por su lado– obtiene un provecho por lo que da su clientela, con votos en las campañas electorales”. Yo te doy y tú me das, es la consigna del entretenido juego del botellón.
El clientelismo, como el camaleón, cambia de piel para adaptarse a las circunstancias y a los desafíos. Alcanzó su mayor grado de desarrollo con el protagonismo del narcotráfico en la política. La relación entre políticos y capos fue evidente. Inauguraron, con este matrimonio por conveniencia, “el intercambio de servicios y corrupción”. El elegido quedaba amarrado a las exigencias del narco, que le exigía resultados por el dinero aportado a su elección, “estableciéndose así un trueque de tipo contractual”. Los mafiosos “no aspiraban a ejercer directamente el poder. Su aspiración era y es tener influencia sobre quienes lo ejercen: presidente, gobernadores, alcaldes, congresistas, diputados, concejales”.
El clientelismo no sufre de eclipse en nuestra organización política. Sigue vivo y coleando. Presiona para que el presidente Duque lo incorpore a su agenda de gobierno. Hasta ahora, éste se resiste a hacerlo
En esta obra, de Estrada y Cerón, están retratadas de cuerpo entero las características y modalidades de este cáncer terminal que atomizó a los partidos tradicionales colombianos.