Más del 75 % de las áreas terrestres han sido degradadas, afectando la vida de 3200 millones de personas. Fue un dato clave de la Plataforma sobre Biodiversidad (Ipbes) hace dos años en su sesión en Medellín. Invasión que tiene cerca de la extinción un millón de especies y que ahora se volcó sobre nosotros.
La deforestación sin piedad en primer lugar, más la ampliación urbana, las hidroeléctricas, las carreteras, el tráfico de fauna, entre otras, están fragmentando la naturaleza y acercando a los humanos a animales, bacterias y virus que estaban adentro del bosque confinados en determinados sitios y hospederos.
El coronavirus que nos tiene en jaque es uno más, pero desde 1940 cientos de patógenos microbianos han emergido o reaparecido en territorios donde nunca habían sido vistos; 60 % de esos agentes se originan en animales, dos tercios de estos silvestres.
A finales de los 90 la quema de extensa región en Indonesia desplazó murciélagos que transportaron el virus Nipah que inflama el cerebro y produjo 195 muertos. Acá en Colombia se ha asociado deforestación con aumento de malaria, situación observada en la Amazonia brasileña. Andy MacDonald, de la Universidad de California, encontró que por 10 % de incremento de la tala aumentaba 3 % la malaria.
La organización neoyorquina Ecohealth Alliance determinó que uno de cada tres brotes de nuevas enfermedades está relacionado con cambios en el uso del suelo y la deforestación. VIH, zika, Ébola son otros ejemplos.
En Malasia, por pérdida selvática hubo en 2002 fuerte brote de malaria y para sorpresa no lo transmitía el mosquito Plasmodim malariae como había sido siempre sino un mico, P. knowlesi, un inusual que se convirtió en normal.
Este enero, Arturo Casadevall en el journal JCI, advirtió cómo el aumento de la temperatura hará que hongos, virus y bacterias se conviertan en nuevas amenazas.
Para Aaron Bernstein, pediatra de Harvard-E-Change que estudia la relación clima-salud, “hemos transformado la vida en la Tierra. Tenemos un efecto masivo sobre cómo la relación entre toda la vida opera, y asimismo con nosotros”.
Un progreso mal entendido. Basta mirar cómo se califica a quienes se oponen a obras que destruyen ecosistemas. Lo menos es de saboteadores del desarrollo y hasta se modifican normas para pasar sobre ellos.
Es paradójico, se culpa a pangolines y murciélagos por este coronavirus pero la verdad es otra: somos culpables los humanos por nuestro ataque al entorno que nos sostiene.
Maullido: las próximas semanas comenzarán a llover cancelaciones de toda clase.