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El dilema uigur

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Por EVA BORREGUERO

Nunca hasta ahora un alto cargo del gobierno chino se había dirigido al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. El 22 de febrero lo hizo el ministro de Exteriores, Wang Yi, que expuso las líneas maestras de unos “derechos humanos con características chinas”. Un popurrí de la Declaración de Bangkok de 1993, crítica marxista y relativismo cultural. Una visión donde los derechos del individuo son reemplazados por los abstractos y genéricos del “pueblo”, los económicos, disociados de los civiles, y la universalidad de los mismos, intercambiada por una libre interpretación nacional. En suma, un retorno a la concepción comunista de los derechos humanos, facilitado por la nueva presencia de China y Rusia en el Consejo, y la ausencia de EE.UU., Trump mediante. No ha lugar a las críticas e injerencias externas. Ni en Hong Kong, ni en Xinjiang, la extensa región del noroeste de China donde viven los uigures musulmanes.

En los últimos meses, se han intensificado las denuncias de abusos contra la minoría uigur. La BBC, en un reportaje que le ha costado la expulsión de China, habla de violaciones sistemáticas de mujeres en los campos de detención, donde están encerrados más de un millón de uigures para su “reeducación”. Regresa la consabida fórmula maoísta de “reforma del pensamiento”. ¿La finalidad? Erradicar la creencia islámica uigur. Según una investigación del académico Adrian Zenz, muchos de ellos trabajan como mano de obra esclava en la producción de algodón, si bien la acusación más grave ha sido la de genocidio, emitida por Países Bajos, Canadá y Estados Unidos.

Lo ocurrido coloca a la Unión Europea en una posición incómoda. Por lo general se ha mantenido una política de crítica velada y compartimentación temática: de un lado los ideales políticos, de otro los devengos económicos, siguiendo una praxis compatible con la de Pekín. En los foros sobre relaciones comerciales, la cuestión de los derechos humanos brilla por su ausencia. Más sorprendente resulta el silencio de dirigentes musulmanes ante la persecución. Especialmente aquellos que agitan las aguas de la islamofobia en Occidente: Erdogán en Turquía e Imran Khan en Pakistán. Coexisten la hipersensibilidad manifiesta hacia la blasfemia, –como el boicot comercial a Francia tras el asesinato del profesor Samuel Paty–, y una falta de sensibilidad hacia la causa uigur: “Sinceramente, no estoy al tanto” respondió Imran Khan. Son rehenes de la dependencia económica, y militar en el caso paquistaní, hacia la superpotencia asiática. Es preciso rechazar la máscara de la separación entre derechos económicos y políticos, o la primacía de aquellos. Aun cuando sea difícil dada la posición europea

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