La historia de John Francis, también llamado el caminante, empezó con un desastre. En 1971, dos barcos petroleros chocaron en la bahía de San Francisco, en el oeste de Estados Unidos. El choque provocó un derrame de unos 800 mil galones de crudo que contaminaron la bahía y causaron la muerte de miles de peces y aves marinas.
Cuando se enteró del desastre, John decidió atravesar en su auto medio país, desde la granja de sus tíos, donde había nacido, en Pennsylvania, hasta San Francisco. Apenas vio a la gente metida en el mar tratando de rescatar con vida a las gaviotas y los pelícanos que morían ahogados en petróleo, pensó que ya no quería volver a conducir un carro.
Entonces empezó a caminar. En un comienzo, creyó que iba a seguirlo mucha gente en señal de protesta por el derrame de crudo. Pero pronto se vio solo en la carretera. Sin embargo, siguió caminando.
Muy pronto sintió que empezaba a disfrutarlo. Ya no deseaba pasar las horas en los centros comerciales. Tampoco sentía que su mundo se estrechaba; por el contrario, se estaba expandiendo.
“Como antes iba tan rápido, tenía muy poco tiempo para darme cuenta de lo que me rodeaba. Salir del automóvil fue una oportunidad para experimentar mi entorno a un ritmo humano. Me volví parte del lugar en que vivía”. Y hasta se cansó del sonido de su propia voz.
Cuando estaba a punto de cumplir 27 años, tuvo otra idea: en vez de esperar regalos, decidió dar a la gente otro regalo: el de su silencio. Así que al día siguiente se levantó y se quedó callado.
“Para mí fue algo revelador: escuché lo que la gente tenía que decirme, tal vez por primera vez” dice. “Me di cuenta de que no había estado escuchando a nadie, y de que ahora que lo hacía, posiblemente podría aprender algo”. De modo que decidió quedarse callado un día más, luego otro y después una semana.
El silencio le mostró que su mente se mantenía ocupada pensando siempre en lo que iba a decir. Como ahora se sentía libre de ese yugo, decidió que iba a quedarse callado un año más.
“Entonces, todo se relajó y me acomodé en el silencio, y el silencio se instaló en mí. Lo que pensé que iba a ser un regalo para la gente se convirtió en un regalo para mí”.
Con su morral terciado a sus espaldas, John siguió caminando por su país. Para hacerse entender, inventó un lenguaje de señas. Vivía de desempeñar trabajos ocasionales. Además, pintaba acuarelas y tocaba un banyo.
Así pasaron 17 años, en los que recorrió la costa del Pacífico, desde California hasta Oregon. También escribió un libro y, gracias a varias becas, obtuvo una licenciatura en la Universidad de Oregon, luego una maestría en la Universidad de Montana y, por último, un doctorado en la Universidad de Winsconsin.
Solo entonces John sintió que tenía algo que decir y el 2 de enero de 1990 decidió volver a hablar. Lo hizo en una conferencia sobre su tesis doctoral. ¿El tema? ¡Los derrames de petróleo! Ese día también tocó el banyo. Como no había escuchado su voz en tantos años, en un comienzo se asustó. No entendía quién decía lo que él estaba pensando.
Hoy, John Francis es asesor de las Naciones Unidas en la prevención de desastres petroleros y es conferencista de National Geographic. Sigue viajando, pero ahora lo hace en un automóvil híbrido. Y, de vez en cuando, vuelve a regalarse a sí mismo el don del silencio y se queda un buen tiempo sin hablar