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P. Hernando Uribe
Columnista

P. Hernando Uribe

Publicado

El porvenir, el lugar de la esperanza

Por hernando uribe c., OCD*

hernandouribe@une.net.co

Esperanza viene de esperar, que es desear, anhelar. Espero lo que no tengo, un vaso de agua para la sed, una casa para la familia, un carro para ir a trabajar, la luz para los ojos, el infinito para el corazón. La esperanza hace magnánimo cada latido del corazón y llena de sentido el entramado de la vida cotidiana.

La esperanza moldea la vida de la persona y la comunidad. Dime qué esperas y te diré quién eres. Cuanto más espero, menos apegos tengo a las personas y las cosas, y más anticipo el futuro en el presente. Cuanto más poseo, menos espero, y cuanto menos poseo, más espero. Todo apego es negación de esperanza. La esperanza desaposesiona mi corazón de toda posesión. Si estoy lleno por sentirme satisfecho con lo que poseo, no tengo nada qué esperar.

Cuando dedico tiempo a hacer un proyecto, derroche de fantasía y esperanza, estoy anticipando futuro en presente. Y mi proyecto me hace creativo en mi trabajo a la vez que me llena de felicidad, pues el verdadero futuro que espero es Jesús en persona, mi Creador y Salvador. Benedicto XVI escribió en 2007 una encíclica sobre la esperanza (Spe Salvi). En ella afirma: “Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo vive sin esperanza”.

S. Juan de la Cruz tiene en el Cántico Espiritual el siguiente verso: “Decidle que adolezco, peno y muero”, verso que él mismo comenta así: “Decid a mi Amado que, pues adolezco, y él solo es mi salud, que me dé mi salud; y que, pues peno, y él solo es mi gozo, que me dé mi gozo; y que, pues muero, y él solo es mi vida, que me dé mi vida”. Y así puedo decir: espero que Dios, infinito bien, sea mi salud, mi gozo y mi vida sin fin.

La esperanza es insaciable. El hombre vive de cosas por alcanzar. Cuanto más alcanza, más espera. Sólo lo sacia lo que está más allá de las nubes, de las estrellas, el infinito, la lejanía sin fin, Dios, que estando allá, está también aquí, porque está en todas partes de modo simultáneo, pues por ser inespacial e intemporal, ningún tiempo ni espacio lo limita.

San Pablo (Rom.8,24-25) vivía con esta convicción: “Sólo en esperanza poseemos nuestra salvación, y una esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿cómo puede esperar lo que tiene ya a su alcance? Pero si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos con anhelo y constancia”. Dios, el por venir, el lugar de nuestra esperanza.

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