Como en todas las cumbres de jefes de Estado de la ONU, en la COP26, reunida en Escocia para buscar soluciones al cambio climático, hubo exceso de discursos y se presentaron miles de documentos que pronto serán archivados y caerán en el olvido.
Pero también hubo actos simbólicos que dejarán huella en la memoria. En la mía quedaron grabados un roble y un arca, y el discurso en video del ministro de Relaciones Exteriores de Tuvalu, Simon Kofe, vestido de saco y corbata, con los pantalones arremangados, sumergido hasta las rodillas en las aguas del océano Pacífico, clamando por ayuda urgente para los pueblos que están hundiéndose en el mar debido al calentamiento de los océanos.
El roble y el arca fueron los símbolos de la reunión de más de veinte delegados de los pueblos indígenas de América Central, el Amazonas, el Congo e Indonesia con indígenas nativos de la comunidad Kilfinan, de Escocia, para intercambiar experiencias sobre el cuidado de los bosques en el mundo.
El roble fue sembrado por los nativos escoceses como símbolo de ese singular encuentro. Un roble más para el bosque que, gracias a su cuidado y sus enseñanzas, los kilfinan están repoblando en Escocia para tratar de convencer al gobierno británico de que los pueblos indígenas son los mejores guardianes de la Tierra. El arca fue construida por David Blair, uno de los fundadores de la comunidad.
Leí la historia en el diario El País, de España. Según el periódico, Escocia tiene una de las mayores concentraciones en la tenencia de la tierra en el mundo: el 67 % del suelo rural pertenece a menos del 1 % de la población.
“En los siglos XVIII y XIX los pobladores nativos fueron expulsados de estas tierras para dedicarlas a la ganadería ovina o a los ciervos para la caza, aparentemente más rentables que la gente”, dice Calum MacLeod, uno de los líderes de la asociación de Tierras Comunitarias de Escocia. Las tierras fueron deforestadas para plantarlas en gran escala con sitkas, un árbol originario de Canadá.
Con los cambios introducidos en el ambiente, la zona fue perdiendo su biodiversidad. Poco a poco fue despoblándose y también se redujo la pesca.
En 2010, unos 200 miembros de la comunidad Kilfinan se unieron para recuperar sus tierras ancestrales y convertirse en los futuros pueblos nativos y guardianes de los bosques de Escocia. Hoy trabajan para que el gobierno británico les otorgue el derecho de tenencia de esas tierras. Hasta ahora, han logrado reforestar 561 hectáreas replantando avellanos, sauces y robles.
“Reconocemos que somos los ancestros del futuro. Tenemos una visión para conectar las personas con la tierra. Y así podremos reparar los daños que le hemos causado”, dijo en el encuentro Mary Lou Anderson, coordinadora comunitaria de los kilfinan.
“En nuestras comunidades el sentimiento de conexión con la naturaleza es ancestral. Físicamente nuestros bosques tropicales son muy distintos a estos de Escocia, pero su función sigue siendo la misma, que es la de dar seguridad a la comunidad y ser un medio de vida para el ser humano”, dijo Levi Sucre, del pueblo Bribri de Costa Rica.
“Nuestra selva es nuestro hogar y también nuestra farmacia. Sin embargo, para los demás, es el lugar adonde venir a cortar los árboles y extraer petróleo”, dijo Cristiane Juliao, del pueblo Pankararu, de Brasil.
En la despedida, al caer la tarde, junto al roble y bajo la madera de la enorme arca, construida sobre una colina, Levi Sucre, hablando en nombre de los pueblos indígenas de América, dijo: “Estamos cogiendo una barca con dos destinos: o yendo a la deriva o tomando el barco y salvando el planeta, navegando juntos en esta arca”