Escasea la gasolina en Venezuela y ya se anuncia que por ello el ciclo de siembra se verá gravemente afectado.
Las lluvias de mayo –si lloviese en mayo, claro− caerán en terreno yermo; los expertos de las asociaciones de productores agrícolas calculan que, sin semilla ni fertilizantes y, para colmo, sin combustible, el apogeo de la hambruna alcanzará a todo el país a fines de julio. Quizá mucho antes.
Entre las ideas que inercialmente aún circulan entre los venezolanos, en especial entre su desventurada clase media, cada día más disminuida, más absorta en sí misma y más dispersa por el planeta, se halla este mecanicismo de sobremesa con que se explica el ciclo político del país: el relajo, la corrupción y el bochinche tienen un límite más allá del cual “la gente se arrecha y viene el estallido social”. En el imaginario público venezolano del último medio siglo, el estallido social cobra la forma del inolvidable “Caracazo” de 1989.
Esa invocación del estallido social acompaña el deseo de ver llegar un golpe militar que, mediando un período de turbulencia, conduzca a una elección presidencial que, por un tiempo, restituya algo parecido a la armonía social.
Como los generales venezolanos de hoy han optado por la cleptocracia y se dedican solo a escoltar embarques de cocaína y a custodiar las rutas de extracción del oro sangriento y el coltán del Orinoco, solo queda soñar con un desembarco de la 82ª División Aerotransportada en el parque de béisbol de la Ciudad Universitaria de Caracas. El militarismo en nuestra América fue una invención venezolana y los célebres cuarenta años de alternancia democrática que fueron de 1958 a 1998 no alcanzaron a desalojarlo del mensencéfalo de los venezolanos. Venezolano o gringo, con tal de que sea militar el salvador.
Calentar la calle, propiciar algo parecido a un espontáneo estallido social para “jalar” a los generales fue el diseño que fracasó en 2002 con el golpe de abril de aquel año y, más tarde, en 2003, con la huelga de gerentes y técnicos de la petrolera estatal.
Lo que encuentro asombroso es que haya sido esa la estrategia opositora que ha prevalecido desde las violentas manifestaciones de 2014 y 2017, genuinas intifadas sofocadas a sangre y fuego por los mismos militares “constitucionalistas” que se buscaba insubordinar.
Considérese que las acciones de Juan Guaidó durante todo el año 2019 estuvieron todas orientadas, de modo expreso, a propiciar una fractura de la cúpula y aunque en todo momento la calle lo acompañó, el pronunciamiento tan anunciado nunca ocurrió.
En esas estábamos cuando la caída en picada de los precios del crudo y la emergencia el coronavirus nos puso en cuarentena.
Maduro y sus generales no han vacilado un instante y se sirven cínicamente de la cuarentena antiepidémica para afianzar la tiranía militar. Nunca antes, en dos décadas, se había tendido sobre Venezuela una noche tan oscura y presagiosa como la actual.
Las cárceles siguen llenándose de personas decentes, civiles y militares. El hambre y la pandemia campean. Mi admiración y gratitud por quienes en Venezuela, sea o no atinada su estrategia, luchan aún en esas condiciones contra una dictadura sanguinaria no tiene límites.