Creo en la honradez intelectual, la buena fe, el profesionalismo y la decisión rotunda de acertar, de la inmensa mayoría de colegas en todos los medios. Si no fuera por la consagración al trabajo en serio que han demostrado en estas largas jornadas de encierro por causa del virus innombrable, los seres humanos que formamos las grandes audiencias mundiales y locales estaríamos hundidos en el desconocimiento, la perplejidad y la incertidumbre. Ni nos imaginemos la magnitud de la pesadilla si careciéramos de información, así a veces sea demasiado intensa, profusa, repetitiva y proclive a contagiar estados colectivos de desánimo y pesimismo.
También creo en la recta intención y la vocación de servicio altruista y humanitario de los que nos gobiernan, en este país, en contraste con los desatinos de otros mandatarios, incluidos algunos de la vieja, culta y sabia Europa, que tienen fama de aventajarnos en eficacia estatal pero que han incurrido en fatales disparates y dilaciones en el manejo de la emergencia planetaria. La historia habrá de juzgar a unos y a otros. Aquí tenemos la fortuna de acatar las decisiones, no pocas rígidas e incómodas pero justificables y oportunas, de un gobierno providente, asesorado de verdaderos expertos, ajeno a intereses y caprichos de baja política y a protagonismos faranduleros sin sentido.
Del periodismo, aprecio y valoro cómo está dando testimonio de rigurosidad en la consulta de fuentes, en el seguimiento de la agenda temática y en el tratamiento responsable de la realidad, incluso sin subestimar otros hechos que, por motivos apenas obvios y no por una ocultación deliberada, han pasado a un plano secundario. Pero tengo una observación por hacer, con base en las fallas que se cometen cada segundo y que atentan contra el buen uso del idioma, la exactitud en la expresión y la correspondencia de los textos con la versión original de los hechos informativos.
Hablo del closed caption, el sistema que en medio siglo de aplicación en las pantallas de televisión para transcribir en letreros lo que se dice, sigue siendo fuente de confusión y factor de tergiversación hasta chistosa de la verdad. Si el presentador dijo que Trump prohibió vuelos en Estados Unidos, salió que “prohibió abuelos” (qué tal el ataque a “nuestros abuelitos”, como dice Duque). Si habló del virus, apareció Elvira. El closed caption se inventó sobre todo para ayudarles a los que padecen hipoacusia, es decir sordera, aunque a veces la disfruten. La cantidad de equivocaciones por minuto es abrumadora. Debería eliminarse tal dispositivo, porque atenta contra lo esencial del buen periodismo en televisión, que es la exactitud. No entiendo por qué sigue aceptándose un recurso desacertado y causante de falta de credibilidad, que malogra el trabajo de muchísimos colegas .