El relato del sueño de Jacob (Génesis 28, 10-22) es una página maestra de la literatura universal. Leerlo, una delicia. A Jacob, yendo de viaje, se le hace de noche. Entonces toma una piedra como almohada y se acuesta, y sueña con una escalera que va de la tierra al cielo, por donde suben y bajan los ángeles de Dios. En el sueño, Dios le promete ser su amigo que lo colmará de dádivas, de bendiciones. Sobrecogido al despertar, Jacob exclama: “¡Qué temible es este lugar! No es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo [...] Y llamó a aquel lugar Betel [casa de Dios]”.
Fascinado, Jacob usa el lenguaje de todos los días para hablar de lo inefable, así la novedad total de aquella noche se le vuelve del todo familiar. El sueño era la constatación de un presentimiento que lo mantenía fuera de sí, como en éxtasis. No le cabía en el alma la felicidad del mundo nuevo contemplado aquella noche con los ojos del alma.
Todos necesitamos, como Jacob, una casa para vivir, un medio ambiente favorable, un abrigo protector. Y Jesús pertenece a este mundo también. Más de una noche tuvo la misma experiencia de Jacob, hasta el punto de poder hacer esta confidencia a Natanael: “Verás el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre” (Jn 1,51).
Un día Jesús va a Jerusalén y se encuentra con que los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y los cambistas han convertido en un mercado la “Casa de su Padre”. Entonces hace un látigo y los echa a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes, y desparrama el dinero de los cambistas.
Es tal la personalidad de Jesús que, incapaces de oponérsele, sólo se atreven a preguntarle por qué obra así. Y su respuesta los deja perplejos. “Destruyan este Santuario y en tres días lo levantaré”. Jesús se refería “al Santuario de su cuerpo” (Juan 2,21), a su resurrección.
Solo existen dos realidades importantes, Dios y el hombre, y, así, cualquier propuesta que no sea para promover al hombre contando con Dios carece de sentido. El templo material tiene importancia en cuanto símbolo del templo espiritual, que es el hombre, la casa, el templo de Dios.
Como Jacob, yo, hombre del siglo XXI, estoy llamado a hacer del lugar donde duermo y sueño la casa de Dios y la puerta del cielo. Y, más aún, como Jesús es el santuario del Padre, yo sea por siempre el santuario de Jesús