Por Steve Braunias
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Somos Kiwis. Somos ese lugar donde Peter Jackson hizo esas interminables películas de hobbit. Somos 5 millones de personas repartidas en dos islas con nombres imaginativos: la Isla Norte y la Isla Sur. Somos la tierra de la larga nube blanca que se extiende sobre los picos nevados de los Alpes del sur, sobre los pantanos de marea pegajosos del norte, sobre las playas de guijarros negros llenas de focas y leones marinos hacia el oeste, sobre la arena blanca del este donde el Capitán Cook pisó por primera vez hace 250 años, el 6 de octubre de 1769.
Estamos a larga distancia de cualquier parte, y esa es la idea de Nueva Zelandia. Nos gusta así. Somos afortunados aquí. Estamos fuera de la imagen. Estamos demasiado lejos para que las células terroristas se molesten en infiltrarse. Estamos bien.
Excepto que ahora tenemos que lidiar con la tragedia y el dolor y la terrible y profunda conmoción del ataque terrorista en Christchurch. Las noticias llegaron lentamente. Al principio se describió como varios tiroteos, y eso sonaba mal, muy mal, pero la mente lo contenía; seguramente la cifra era inferior a 10. Pero luego la policía confirmó 40 muertos. Una hora después, 49 muertos. Y luego los sobrevivientes comenzaron a describir el tiroteo y las víctimas: “Un niño pequeño, somalí, quizás de 5 años. Era un niño muy agradable”. Los cuerpos en la mezquita, esperando ser identificados.
No tiene sentido alguno. Este tipo de cosas, un ataque, un imbécil armado con una declaración de misión, tres cómplices que andando sueltos como locos en una ciudad plana y romántica, con su suave río Avon y su flor de cerezo en primavera, simplemente no pertenecen aquí.
Cuando vamos a matar en masa, lo hacemos furtivamente. Los cinco miembros de la familia Bain, asesinada a tiros al amanecer por un pariente trastornado en Dunedin. David Gray, el pistolero solitario que disparó y mató a 13 vecinos en Aramoana. Eran asesinatos de Nueva Zelanda, a la manera de Nueva Zelanda - tensiones hirvientes que de repente se desataron, un perro rabioso que resultó en tragedia. Tenían características nacionales reconocibles. Pero los asesinatos en la mezquita fueron algo nuevo, algo fuera de lo común. Esto fue organizado, planeado, una masacre de inocentes a gran escala, llevada a cabo por un asesino o asesinos con una cabeza llena de basura militante, la basura habitual de la supremacía blanca, con su temor y odio hacia inmigrantes.
Pero los terroristas no estaban escondidos en una comunidad separada y aislada. Los musulmanes en Nueva Zelanda son parte del tejido de la vida cotidiana. La primera ministra Jacinda Ardern está en su fina cuando aborda temas de identidad nacional. Señaló en su conferencia de prensa celebrada para anunciar la tragedia que muchas de las víctimas de los disparos eran migrantes. “Han elegido hacer de Nueva Zelanda su hogar y es su hogar”, dijo. “Ellos son nosotros”. Los terroristas mataron a neozelandeses.
Confieso que el ataque, se siente como si fuera importado: el aparente asesino que es australiano, las referencias en lo que parece ser su llamado manifiesto a los provocadores de derecha y los supremacistas blancos en EE.UU. y en otros lugares. Pero sería falso y grosero describir esto como una especie de fin de la inocencia o únicamente una importación extranjera. La vida en Nueva Zelanda es hermosa, pero también conlleva profundos problemas sociales causados por la pobreza y la falta de vivienda, las constantes tensiones raciales y, sí, el resentimiento persistente hacia inmigrantes de Asia, África y Oriente Medio. El maltrato infantil es una vergüenza nacional recurrente. La violencia contra las mujeres se considera tan extendida que a Nueva Zelanda se la describe habitualmente como poseedora de una cultura de violación. Todo eso y peor en nuestro hermoso archipiélago en el fin del mundo. Pero al menos parecíamos estar fuera del círculo terrorista.
Resulta que, evidentemente, estábamos viviendo en un paraíso de tontos. Por otro lado estábamos preocupados por los placeres y desafíos de la vida cotidiana. En el día de los asesinatos en la mezquita, decenas de miles de niños marcharon en 40 manifestaciones en Nueva Zelanda, exigiendo medidas contra el cambio climático. Era un espectáculo maravillosamente liberador, algo significativo y urgente, colorido y de buen humor. Llevaban excelentes carteles y pancartas. Las redes sociales publicaron numerosas fotos de las marchas. Había una estupenda que muestra a un anciano barbudo llamado John Geiser, en la ciudad de Masterton, en la Isla Norte, viendo pasar la manifestación con su propia pancarta en la mano. Decía: Bien hecho jóvenes.
Bien hecho, John, pensé. Lo retuité, con un comentario: “¡Bien por él! Gran hombre - respeto. NZ está siendo una gran NZ hoy. “Eso se publicó alrededor de las 11 p.m. Los primeros informes de los ataques a la mezquita empezaron a llegar aproximadamente dos horas después. NZ, de repente, asquerosamente, se estaba convirtiendo en una horrible NZ.