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La directora económica del Banco Mundial, Carmen Reinhart, lo dijo hace unos días: ya es hora de hablar de una depresión pandémica, no de una recesión. Ahora bien ¿qué significa eso? Hay que comenzar diciendo que una recesión se daría en algún momento. Es un fenómeno inherente al capitalismo que se hubiera presentado tarde que temprano, aún sin confinamiento, porque sucede por choques no esperados. La recesión una vez se instala solo queda mitigarla y evitar que se vuelva una depresión. Pero el virus nos puso ante el abismo.
La descripción más conocida de una recesión, y la más mediática, es que se presenta cuando hay dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo. Esas cifras se vieron en 2008 en todo el mundo, pero lo que estamos viendo ahora es mucho peor, los decrecimientos de las economías superan todo lo visto. El PIB de la mayoría está cayendo a tasas nunca vistas. La semana pasada, por ejemplo, se conoció que el PIB del segundo trimestre del Perú cayó 30 %, el mayor decrecimiento reportado.
Por todas partes caen el PIB, la productividad, el empleo; al tiempo que aumentan las quiebras y el endeudamiento. El comportamiento de esas variables confirma que estamos en una recesión generalizada de acuerdo con la definición del National Bureau of Economic Research (NBER).
Ahora bien ¿por qué hablar de depresión? ¿Acaso no sería suficiente con hablar de una recesión severa? Pues no. Un ejemplo lo deja claro. La depresión es mucho más que una recesión complicada. Una recesión se puede asimilar a una resaca, una depresión a una intoxicación con alcohol. Las dos tienen las mismas causas, pero mientras que la primera solo requiere una aspirina y reposo, con la segunda se puede perder la vida, si no se toman medidas.
Para evitar un desenlace fatal se requiere, primero que todo, vencer la covid-19 y salir del confinamiento y, en segundo lugar, evitar que la recesión se vuelva depresión. En las recesiones varios sectores desaceleran de forma sincronizada, hay que evitar que se paralicen. En 2008 se estuvo en el limite ante la explosión de deudas que se desató, pero las autoridades actuaron a tiempo y evitaron un derrumbe irremediable del sistema financiero internacional.
En esta ocasión estamos ante algo completamente diferente y nunca visto. Los dos lados del mercado se paralizaron por los confinamientos. Todo parece indicar que fue la oferta la primera que se levantó de la debacle. Al fin y al cabo, las empresas en su mayoría están intactas, los sistemas de transporte están en pie y los trabajadores, aunque desempleados, no fueron en su mayoría tocados por la enfermedad. La capacidad de producción está ahí.
En el lado de la demanda las cosas están más difíciles y, si está muy arruinada, la recuperación demorará mucho tiempo. Las finanzas de los hogares están en deshechas y eso afecta su confianza. A esto se agregan los altos niveles de desempleo y la suspensión de los programas de inversión de las empresas. Así, la labor de los gobiernos consiste en crear una demanda sustituta, ya sea con obra pública o inyectando dinero directamente a los agentes. Para evitar la depresión se requiere inspiración y, como dice el FMI, la austeridad es lo menos apropiado en este momento .
