En septiembre de 2017 escribí tristemente una columna para este medio titulada “El futuro de los dreamers en puntos suspensivos”, cuando el secretario de Justicia de Estados Unidos Jeff Sessions anunció que pondría final a la ley de la Acción Diferida para los llegados en la Infancia DACA (por sus siglas en inglés).
DACA brinda un alivio temporal para la deportación y concede autorización para trabajar y estudiar a jóvenes indocumentados que llegaron a los Estados Unidos cuando eran menores de 16 años, que han nacido después del 15 de junio de 1981, y que han residido continuamente en ese país desde e 2007 hasta que esta medida fue anunciada por el entonces presidente Barack Obama, en junio de 2012.
Son elegibles para ser protegidos por DACA quienes han terminado sus estudios secundarios y están libres de antecedentes delictivos. Los jóvenes beneficiados con esta ley comenzaron a ser llamados los dreamers. Ellos deben presentar cada dos años la documentación requerida para renovar su permiso DACA. Cualquier delito o violación a las condiciones para ser DACA les impide renovar este permiso.
Viví cinco años en Estados Unidos en el estado de Colorado, tuve la oportunidad de conocer y trabajar de cerca con muchos dreamers y pude escuchar sus historias narradas en primera persona. Huyeron de su país de origen de la mano de sus padres, muchos de ellos de situaciones de violencia y de pobreza durísimas, con posibilidades casi nulas de salir adelante. Uno de ellos me decía que casi todos sus amigos de infancia habían terminado siendo miembros de alguna banda criminal y muchos de ellos han sido asesinados mientras que él pudo terminar sus estudios universitarios, emprender una carrera profesional y servir al país que lo recibió cuando era pequeño.
El pasado 18 de junio la Corte Suprema de Estados Unidos bloqueó el intento de terminar con DACA, lo que permite a estos jóvenes seguir renovando sus permisos para ser protegidos de la deportación y puedan seguir trabajando o estudiando. Muchos dreamers han celebrado esta decisión, pues la eventual derogación de DACA los convertiría de nuevo en indocumentados, los obligaría a trabajar informalmente o a regresar a su país de origen, quizás sin oportunidades de trabajo y algunos incluso sin conocer bien el idioma, ya que al haber crecido y estudiado en Estados Unidos los hace hablar mejor inglés.
Pero los dreamers no son los únicos ganadores con la continuación de DACA. Gana también el país, ya que de los 650 mil jóvenes que hoy están amparados por esta ley, 29 mil trabajan en el área de la salud y muchos de ellos están en primera fila luchando contra el covid 19. La edad promedio de los dreamers es de 26 años. Ellos pagan aproximadamente 1.700 millones de dólares al año en impuestos y hoy, más de 250.000 ciudadanos estadounidenses son hijos de dreamers.
Aun así, DACA no es una ley que alivie la situación de estos jóvenes de manera definitiva. Los dreamers no pueden aspirar a obtener su residencia ni menos su ciudadanía. Ellos siguen esperando una reforma migratoria que les permita que su sueño no sea momentáneo, sino que puedan seguir trabajando y aportando lo mejor de sí mismos al país donde ellos crecieron y donde nacieron sus hijos.
* Fraternidad Mariana de la Reconciliacióncarmen