viernes
7 y 9
7 y 9
Nuestro Estado, en tiempos contemporáneos, es genocida”, dijo el presidente Petro hace pocas semanas. Y después añadió: “No hay diferencia entre el Estado colombiano y el Estado nazi desde ese punto de vista. Genocidas”.
Sobre la barbaridad de lo que dijo el presidente, mejor no opinar. Voy a contar una historia. Es la de unos jóvenes polacos, judíos, pertenecientes al partido socialista de su pueblo, uno pequeño a unos 100 km al sur de Varsovia, la capital de Polonia.
Era el año 1933. El joven no pudo terminar sus estudios porque siendo el mayor de sus hermanos, tuvo que ponerse al frente de la familia cuando fallecieron sus padres. La joven, algo mas acomodada, era la hija del panadero. Ambos tenían vidas tranquilas, ambos muy comprometidos con causas socialistas en su rincón del mundo.
Un buen día al joven lo declaran apto para el ejército polaco. Siendo judío en Polonia en el año 33, esto era casi una sentencia de tortura. El antisemitismo era evidente, las fuerzas del fascismo europeo ya asomaban su repugnante cabeza en las conversaciones cotidianas. La posibilidad de morir no por lo que pensaban, sino por un accidente del destino. Por haber nacido dentro del seno de una familia con unos valores, creencias y cultura que un político alemán decidió arrasar a través de los campos de concentración, que no eran nada distinto que fábricas para la muerte. Un esfuerzo sistemático e industrial para matar.
Ante este escenario, el joven tomó la decisión de emigrar. Da la casualidad que varios de sus amigos, incluso uno de sus hermanos, ya estaba en Colombia, mas específicamente en Barranquilla. Y él, sin un peso, sin hablar una palabra de español, decidió emprender un periplo de meses que lo condujo, finalmente, a esa ciudad. La joven, su novia de infancia, se quedó en su pueblo, viviendo con la promesa -que finalmente se cumplió- de que mandarían por ella apenas pudieran. Y así fue.
Estos dos jóvenes, sin nada distinto a una maleta con ropa y una pizca de esperanza, se arraigaron en Colombia. La prosperidad lentamente los fue acompañando. Se volvieron padres de tres hombres y una mujer, los cuales tuvieron el privilegio de convertirse en profesionales íntegros y exitosos, la mayoría de ellos en diferentes áreas de la medicina.
Todo esto fue posible gracias a que Colombia -con enormes dificultades, pues el país en ese entonces era bastante cerrado a la inmigración- los acogió con la posibilidad de construir una vida. Con infinitos problemas, por supuesto, pero este país se convirtió en el refugio de miles de personas, expulsadas por un sistema político como el Nazi, que se propagó como fuego por Europa durante la década de los treinta, y que finalmente terminó con la vida de seis millones de judíos. Algunos miles, los afortunados, sin tener idea de adonde venían, con mucho mas futuro que presente, tuvieron la oportunidad de desarrollarse personalmente y cambiar el destino de generaciones por venir.
Esos jóvenes eran mis abuelos. Esas generaciones que salvaron incluyen la de mis padres, la mía, la de mis hijos y ojalá la de los suyos también. Pero no estuvieron solos. Este país, su Estado y sus instituciones, aunque muchas veces haciéndolo mas difícil que fácil, los acogió y los ayudó, mal que bien, a sobrevivir. Estado difícil, con gobiernos perversos, sí. Genocida y Nazi, ni cerquita. .
