Por Daniel Duque Velásquez
Los habitantes de las laderas de Medellín hace tiempo saben que la adaptación a la crisis climática no da espera, han vivido (y sufrido) las consecuencias de las fuertes lluvias y del crecimiento no planeado de la ciudad: cada vez hay más gente viviendo en zonas de alto riesgo, y cada vez menos zonas verdes y arborizadas que ayuden a frenar la furia del agua que escurre por las calles después de cada aguacero.
La angustia de quienes sufren las lluvias contrasta con la pasividad de quienes toman las decisiones en la Alcaldía: la ciudad en lugar de avanzar pareciera estar retrocediendo. El borde urbano se sigue expandiendo aceleradamente ante la falta de control de la autoridad y la escasa oferta de vivienda social; las quebradas y zonas verdes siguen desapareciendo a medida que se levantan construcciones legales e ilegales sobre ellas, y las entidades del gobierno local que deberían liderar las soluciones (como la Secretaría de Ambiente, Secretaría de Control Territorial, ISVIMED, DAGRD y SIATA) han sufrido ya sea por falta de recursos, por el clientelismo exacerbado de la actual administración distrital, por la falta de liderazgo o por el poco respaldo de la Alcaldía a los técnicos que trabajan allí.
Mientras en el piso 12 de La Alpujarra piensan en cómo repartir los puestos y contratos entre amigos y aliados, en la ciudad – especialmente en sus laderas y quebradas – se acumula una bomba de tiempo que ya en 2022 dejó cientos de familias damnificadas y que en el arranque de 2023 ya causó la trágica muerte de dos personas. La situación solo empeorará con los años a medida que se consolide el cambio climático (generando lluvias más intensas) y a medida que la ciudad siga creciendo sin control. Llegó el momento de que en Medellín asumamos con toda decisión un modelo de urbanismo moderno que respete la naturaleza, que proteja nuestras quebradas y que ofrezca hábitat digno a todos los habitantes.
El próximo año Medellín tendrá nuevo(a) alcalde(sa), discutirá su Plan de Desarrollo 2024-2027 y seguramente iniciará la construcción del nuevo Plan de Ordenamiento Territorial (POT) que aplicaría hasta por lo menos el 2036. Será un momento crucial para que la ciudadanía (movimientos comunitarios, líderes políticos, academia, empresariado, etc.) le dé la importancia que se merece a la adaptación climática.
Si bien desde el 2014 la ciudad tiene un POT orientado a frenar la expansión en las laderas y aumentar el espacio público verde, la realidad casi 10 años después es que este Plan no ha logrado reflejar en el territorio las buenas intenciones que tenía en el papel. El nuevo POT tendrá que evolucionar a partir de las lecciones aprendidas por el fracaso en la implementación del POT actual. La renovación urbana y el mejoramiento integral de barrios son dos de los grandes pendientes.
Medellín está llena de retos, pero asimismo llena de gente talentosa que ama su ciudad. Estoy convencido que podremos sobreponernos a estas dificultades como lo hemos hecho en el pasado ante otros retoque teníamos. Eso sí, requerirá unión, buenos liderazgos, acción urgente y visión de mediano y largo plazo.