A la luz de los valores promovidos por la cultura consumista –individualismo, gratificación instantánea, permisividad...– la infidelidad sexual está dejando de ser una traición para verse como una aventura que no tiene nada que ver con el amor ni con un compromiso matrimonial definitivo.
Pero lo cierto del caso es que la infidelidad es un ataque frontal y a menudo fatal para el matrimonio. Ser infieles es una traición, no solo a nuestra pareja sino al compromiso con la familia, con nuestros principios éticos y con la promesa que hicimos de “amarnos hasta que la muerte nos separe”. Además, es ser desleales con el deber de no dejarnos dominar por nuestros apetitos; al principio de no hacerle a nadie lo que no queremos que nadie nos haga; al juramento...