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Manuel Vicent
Columnista

Manuel Vicent

Publicado

La gastronomía, arte conceptual

Por

MANUEL VICENT

redaccion@elcolombiano.com.co

Al entrar en el restaurante de tres estrellas Michelin fuimos recibidos y acompañados a la mesa por una joven vestida con un traje de seda de tonos oscuros. Éramos siete los comensales, en apariencia con el cerebro en perfecto estado, salvo uno que aún no lo tenía formado, puesto que era un niño de siete años. Una vez aposentados con toda clase de deferencias, la joven impuso silencio con un gesto y tomó la palabra para explicarnos lo que íbamos a degustar en el almuerzo. Mandó que observáramos la extraña pinza que formaba parte de los cubiertos sobre el mantel. Con mucho cuidado, deberíamos usarla para pellizcar y llevarnos a la boca unas hierbas autóctonas que flotaban en un recipiente de nitrógeno líquido.

A continuación, nos iba a ofrecer una espuma de algas batida con raspas de salmonete. Pese a que los comensales creíamos tener mucho mundo, frente a la autoridad culinaria de aquella joven que describía manjares imposibles, todos parecíamos estar sometidos al síndrome del sirviente. Todos menos el niño de siete años, que, en el momento en que la joven se disponía a narrar otra salsa elaborada con ojos de congrio caramelizados, cortó de repente su discurso y exclamó: “Yo quiero una ración de calamares fritos”. Se produjo un silencio embarazoso seguido de una contraseña a la cocina. Uno de los pinches salió disparado por la puerta falsa hacia un chiringuito de la playa y trajo a la mesa del restaurante de tres estrellas Michelin una ración de calamares a la romana. Entre los siete cerebros de los comensales allí sentados, tal vez el del niño era el único que funcionaba sin complejos culinarios.

En el largo camino de perfección a través de sucesivos restaurantes de moda he tenido que enfrentarme a un yogur con flujos vaginales para llegar a la evidencia de que algunos cocineros han convertido la gastronomía en un arte conceptual. La última cota de esta conquista la ha coronado Ferran Adrià al ser admitido como artista en la Documenta de Kassel. Hoy, Adrià es considerado un artista en cuyo laboratorio se convierte cada plato en una instalación, los alimentos en formas, antes que en sabores, creaciones que van dirigidas no al estómago, sino a la mente. ¿Qué diferencia hay entre un paisaje de Monet y una menestra deconstruida en texturas, entre un mármol de Brancusi y una pequeña escultura de falso caviar de melón? Solo que, para llegar al espíritu, una obra de arte entra por los ojos y otra por la boca sin más.

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