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Elbacé Restrepo
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Elbacé Restrepo

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LA INTIMIDAD DEL PESEBRE

Por Elbacé Restrepo

elbaceciliarestrepo@yahoo.com

Luego de la historia de las Velitas y de la Novena, es el turno de repasar la del Pesebre. Si los escépticos, los no creyentes y los grinch de la Navidad sienten que estoy muy cansona, pasen de largo y nos vemos otro día, porque ante el establo más famoso del mundo entero yo siento que puedo derretirme.

El origen del pesebre se remonta a hace casi 800 años, cuando san Francisco de Asís, llamado el santo de la humildad, quiso hacer una representación del Nacimiento del Niño Jesús en vivo. En los bosques de Greccio, el pueblo italiano donde vivía, encontró la gruta perfecta para este propósito en un terreno del señor Juan Velita, que aceptó encantado de la vida. Consiguieron personajes de carne y hueso, animales de verdad y hasta un niño recién nacido que representara a Jesús. San Francisco y Juan Velita, siguiendo al pie de la letra el relato del evangelio según san Lucas, montaron la escenografía. Y, sin firmar un contrato de confidencialidad con el elenco, lograron guardar el secreto hasta la noche de Navidad.

Mientras las familias estaban reunidas en sus casas, las campanas de la iglesia empezaron a tocar de manera especial. Muertos de susto y de curiosidad, todos salieron a ver qué pasaba y se encontraron a Francisco, en lo alto de la pequeña colina, invitándolos a subir. Aunque estaba muy oscuro y hacía mucho frío, con mantas y antorchas llegaron allá para caer de rodillas, entre sorprendidos y admirados, ante María, el Niño, José y los pastores, que conversaban muy animados. Desde aquel lejano 1223, en muchos países del mundo se conserva la tradición de representar la llegada del Niño Jesús en un pesebre, en un belén, o en un nacimiento. Los hay populares, artísticos, modernos, bíblicos, regionales, mecánicos, de todo tipo y cualquier material, pero cada uno simboliza lo mismo: la más linda representación de unión y protección de la familia.

Para complementar, me llegan las Palabritas de diciembre, de Sergio Isaza Restrepo: “Jesús nació en la intimidad del pesebre. Los pastores cuidaban el rebaño en la intimidad de la noche. El ángel del Señor los visitó en esa intimidad para anunciarles el nacimiento del Salvador. Llega la Navidad, pero este año será diferente. La intimidad será su signo distintivo”.

Aunque quisiera coincidir, la experiencia me obliga al pesimismo. Porque el dolor ajeno ante la muerte de un ser humano nos importa un bledo, porque el vecino enfermo se tiene que aguantar la pólvora, la competencia infame de varios equipos de sonido más las ocurrencias destempladas de un “animador” burdo y pesado en muchos casos. El verso de San Juan de la Cruz, “la noche sosegada, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora” es un clamor sordo que nadie acata, ni siquiera en tiempos de tristeza.

Celebrar en la intimidad el entrañable misterio de la Navidad, en este año tan difícil, sería la mayor muestra de humanidad y solidaridad, pero sé que pido mucho.

A pesar de los pesares, desde este corazón aturdido, va un deseo de bienestar, autocuidado y salud para todos. ¡Feliz Navidad!.

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