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Enrique López Enciso
Columnista

Enrique López Enciso

Publicado

LA PARADOJA DE NOTRE DAME DE PARÍS

Por Enrique López Enciso

ealopezen@gmail.com

Vimos con estupor cómo el fuego consumía ese hermoso edificio de arquitectura gótica. Para muchos final de largas caminatas para poder sentarse unos minutos en paz en su interior. Con sus dos torres medievales que dominan la isla de la Cité, entre la orilla izquierda y la derecha del Sena. Un símbolo de Francia y Europa que ardió a los ojos de todos. Después de muchas horas de incertidumbre llegaron las buenas noticias, con el anuncio oficial de que la estructura se había salvado. Podía pensarse en una reconstrucción y eso ayudó a atenuar un poco el dolor que causó el triste suceso.

Al llamado a la solidaridad pronto respondieron las grandes fortunas de Francia y se esperaba que al finalizar la Semana Santa las donaciones alcanzaran los mil millones de euros. Dentro de los grandes donantes, de más de 100 millones, se encontraban personas como François Pinault, magnate de los productos de lujo, Bernard Arnault, el hombre más rico de Europa, la familia Bettencourt Meyers que controla L’Oréal, y Patrick Pouyanné, presidente de Total.

Una mirada desde lejos diría que esa reacción generosa era un símbolo de grandeza en un momento de pena para Francia. Los franceses podían unirse en torno a un propósito común, la reconstrucción de una hermosa y renovada Notre Dame. La discusión que se iniciaba era si el techo debía ser nuevo y contemporáneo, condenando la idea de reproducir de forma idéntica el que se perdió en el incendio, o si se debía remplazar la flecha de madera y plomo que todos vimos caer. El presidente Macron quiso transformar la catástrofe en un nuevo momento de unidad nacional.

Pero, oh sorpresa, se produjo una inesperada reacción a las donaciones por parte de los sindicatos, los chalecos amarillos y algunos políticos. Muchos tomaron como un insulto que se hubieran abierto tan rápidamente las billeteras por Notre Dame cuando llevaban meses buscando unas concesiones irrisorias. Lo que irrita a más de uno es constatar la generosidad selectiva de las grandes fortunas y la rápida movilización de los recursos del Estado.

Esta intransigencia muestra una Francia dividida. Los chalecos amarillos no van a cejar en sus reivindicaciones, en tratar de no perder su sistema de protección social. Pareciera que los chalecos amarillos y muchos de sus simpatizantes se estuvieran equivocando de combate y están mezclado todo. Piensan que los euros que se gastarían en la reconstrucción de Notre Dame servirían para que no hubiera pobres en París, lo que no deja de ser una falacia. Están tan dolidos y temerosos de su futuro que no pueden entender que un “edificio” reciba más atención que ellos.

Sorprende que esos manifestantes radicalizados no entiendan que se ha creado una comunidad de afectos, unida en el duelo y el dolor que quiere antes que nada la reconstrucción de la catedral. Ese deseo ferviente no es solo francés y no tiene porque reñir con las causas de los luchadores sociales.

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