Académicos y expertos han reiterado la preocupación por dos situaciones que están presentes en el mundo hoy: la crisis del capitalismo y de la democracia. La primera está asociada al deslizamiento de la clase media y a la falta de mayores oportunidades educativas y de empleo, especialmente de los jóvenes. La segunda obedece a la irrupción de lo que el filósofo coreano Han llama la “infocracia”, la crisis de la democracia atribuida al cambio estructural de la esfera pública por efecto del alud de datos e información que se expanden con sofisticados medios técnicos y psicológicos para evitar decisiones conscientes e influir en comportamientos electorales.
En Colombia existe un contexto adicional sobre el cual es necesario llamar la atención, pues afecta y amplifica esas dos crisis; se trata de la educación. Esta pierde valoración social, igualmente en el mundo, pues los mayores ingresos derivados de más años de formación han venido siendo menores, y con varios agravantes: persisten brechas en la educación de niñas, niños y jóvenes del campo, de las poblaciones étnicas y de los más pobres, lo cual se agrava si se tiene en cuenta los deficientes resultados en la calidad de la enseñanza. Lo anterior obviamente amplifica el descontento con el capitalismo y favorece la “infocracia”.
Adicionalmente, el efecto de la pandemia en la educación ha sido devastador, tal como señala un estudio reciente (Uniandes, mayo, 2022) que utiliza las pruebas Saber: los cierres de colegios afectaron negativamente el aprendizaje de los estudiantes más vulnerables, pues la desigualdad en estos aumentó entre 37 % y 234 % en todas las características analizadas (etnia, educación de los padres, hacinamiento rural o urbano, excepto género). Esto repercutirá, sin duda, en los resultados de las pruebas Pisa de este año, agravando los ya muy deficientes de la última medición del año 2018.
Es imperativo transformar de inmediato la educación. Los importantes esfuerzos de estos últimos 20 años han sido insuficientes. Hay que hacer mucho más por una educación de calidad y superar las profundas brechas. Esa no es tarea solo del Ministerio de Educación o los maestros, es una tarea de todas, todos. Un estudio de finales del siglo pasado señala que se requiere una alta valoración de la educación por parte de la sociedad para lograr altos estándares; a su vez, ampliar la visión de la educación más allá de formar para las necesidades de empleo, hacia la formación de ciudadanos. De ahí, pues, la urgencia de ideas disruptivas para mejorar la calidad de la enseñanza y de nuevas y audaces políticas educativas. Diversos estudios señalan que una educación de calidad favorece el desarrollo, beneficia la movilidad social y reduce la pobreza.
Las elecciones presidenciales están próximas. Ojalá que frente a ese panorama votemos por el mejor programa educativo y el que promueva las mayores y más ciertas oportunidades, no pajaritos de oro, para las poblaciones que el capitalismo y la pandemia han dejado atrás; y no decidamos basados en la desinformación, la mentira y la manipulación, sobre las que, como advierte Han, se rige hoy el mundo digital en grave detrimento de la democracia