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LAS DOS CARAS DE SERGIO MORO

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Por JUAN ARIAS

Sergio Moro, el mítico juez de la Lava Jato –la operación judicial contra la corrupción política empresarial que llevó a la cárcel por primera vez en Brasil a los hasta entonces intocables, empezando por el carismático expresidente Lula da Silva–, es hoy, ya fuera de la magistratura, una de las figuras nacionales más polémicas, discutidas y analizadas por los expertos en política.

Su personalidad hermética podría ser analizada a la luz del dios Jano de la mitología romana, el de las dos caras o dos puertas, el dios de las guerras, el que dio nombre al primer mes de nuestro calendario: enero.

Moro acaba de volver a las primeras páginas de los periódicos por haber renunciado como ministro de Justicia del gobierno del ultraconservador Jair Bolsonaro. Salió haciendo graves acusaciones al presidente de querer encuadrar a su servicio y de su familia a la Policía Federal brasileña, que, si probadas, podrían hacerle perder el cargo.

Moro, que había entrado en el Gobierno ultraconservador como técnico, sin ser político de profesión ni haberse expuesto nunca al juicio popular de las urnas, es visto hoy más como político por muchos otros y aparece con una adhesión en los sondeos como posible candidato a la presidencia muy superior a la de su exjefe Bolsonaro.

Al dejar el Ministerio de Justicia, Moro provoca una serie de preguntas sin respuesta sobre si dentro del Gobierno de corte fascista de Bolsonaro fue una víctima o un cómplice. Cómplice de los desmanes de un Gobierno que ha perdido en poco tiempo el prestigio nacional e internacional por sus repetidas embestidas a las instituciones democráticas a las que el presidente gustaría echar un cerrojo para gobernar de manos libres, como un caudillo más de los ya conocidos en este continente. Ni antes de entrar en el Gobierno ni ya dentro de él podía ignorar el talante del presidente. Y que aceptó, sin nunca enfrentarse, las embestidas y arrobos autoritarios del presidente.

No deberían olvidar los aspirantes al poder que entre la iniquidad y el silencio, entre la resistencia y la complicidad existe solo el infierno. Y que querer pretender conseguir el poder amparado en la astucia o meciéndose en una calculada ambigüedad puede conducir al peor de los fracasos.

Deberían recordar los malabaristas del poder que se mueven en las sombras, que ya la Biblia amonestaba: “Sed fríos o calientes, porque si sois tibios os arrojaré de mi boca”. (Apocalipsis. 3,16)

La ambigüedad nunca será maestra de sabiduría y menos de credibilidad política. Más bien eco de la cobardía.

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