El descubrimiento de nuevos documentos que parecen demostrar que Lech Walesa fue un informante de la policía secreta comunista y que, aún peor, espiaba a sus propios compañeros de los astilleros, es una de esas noticias lastimosas que te dejan un sabor a cenizas en la boca. Y no porque suponga para mí algo inesperado ni el derrumbe de un mito: nunca me cayó bien Walesa y además lo de su pasado de chivato era algo que se rumoreaba desde hacía años. No, lo desolador no es que este tipo de cosas sean sorprendentes, sino que, lamentablemente, no lo son. Lo triste es que ocurren demasiadas veces y forman parte de la compleja mezquindad del ser humano.
El asunto de Walesa me ha recordado otro destape ilustre, el de la escritora de Alemania del Este...