Desde siempre los seres humanos se han preocupado por el ciclo de los negocios, por los tiempos buenos y los malos, por las vacas gordas y las vacas flacas. En términos modernos son los auges y las recesiones del producto agregado de la economía, causados por choques agregados de oferta (cierre de la producción en la pandemia), demanda (caída del consumo y la inversión, por lo mismo) o términos de intercambio (caída de ingresos externos, igualmente), y que se propagan por toda la economía.
Al lado de ese ciclo real, hay un ciclo financiero menos visible pero siempre presente. No tiene la misma duración, pues el ciclo real, es decir la alternancia de auge y recesión, es difícil que dure más de 8 años, aunque siempre dependerá de la economía particular y de los choques que puedan afectarla. El ciclo financiero es mucho más largo y según los trabajos de Borio del Banco de Pagos (BIS) puede durar 15 años e incluso galopar sobre varios auges y recesiones.
El ciclo financiero se mide con la cantidad de crédito y el precio de los activos. Estos cambian por las interacciones de las percepciones de valores de los activos y sus riesgos asociados, la toma de esos riesgos y las restricciones financieras de los agentes económicos (su capacidad de ahorrar y conseguir financiación). Veamos un ejemplo, durante los auges se da más crédito (se relajan las restricciones financieras), sube el valor de la propiedad raíz y de los activos financieros. Al tiempo, el precio de las garantías sube y por ahí el monto del crédito disponible, con lo cual se reducen las restricciones financieras y se refuerza el efecto inicial de obtener más crédito. El resultado es un sistema financiero bajo presión.
En una recesión causada por el cierre de la producción, como la que hoy se vive, la órbita financiera puede agravar las cosas. Puede restringirse el crédito cuando más se necesita porque el riesgo de prestar se incrementa, y darse un efecto amplificador del choque inicial. Si el endeudamiento es muy alto y las presiones sobre los balances de bancos los hacen estallar, se inicia el apocalipsis, pues siguen las quiebras bancarias.
Hasta ahora, y hay que cruzar los dedos, todo parece estar en relativa calma en ese frente, con algunas pequeñas excepciones. En parte porque se aprendió desde la crisis de Lehman y la regulación sobre los sistemas financiero es más estricta, y hay más prudencia en el otorgamiento de crédito. Pero también porque los bancos centrales estabilizaron el sistema financiero para preservar el flujo de crédito, lo cual evitó que un colapso financiero agravara las dificultades de empresas y hogares.
Así las cosas, la recesión real parece que no va a arrastrar a los sistemas financieros, por lo menos hasta ahora. Pero sí crea grandes problemas. El punto es que se pasó de solucionar los problemas de liquidez, o sea de garantizar que las empresas dispongan de efectivo para operar, como advierte el BIS, a la necesidad de resolver los de solvencia, por miles de empresas puestas a prueba. Quedan la reducción de ingresos y la deuda que hay que gestionar e impedir que implique la quiebra de empresas, que a su vez afecte a muchos bancos e inversionistas.